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¡Se nos gripó el motor!

El Bernabéu traía buenos recuerdos. La última vez que ocupé una cabina de transmisión con todo el espectáculo por delante fue cuando el Real Unión eliminó en copa al entonces equipo de Schuster. Por inesperada, aquella noche fue increíble, llena de matices y emociones. Eran otros tiempos, otras personas, otros protagonistas, otra ilusión. Tan distinto y tan ilusionado todo. Anoche ocupé la misma cabina, u otra casi contigua. Entré al estadio como aquella vez, tranquilo, convencido de que las posibilidades de victoria eran pocas y que la sorpresa había estado más en las declaraciones de la semana que en la realidad sobre el césped.

Para ganar en un campo como éste debes tener todos los santos de cara. San Blas, Santa Águeda, el Santo Job, todos. Incluso, así, con la Divina Providencia de tu mano, y con el santo beaterio rogando sin pausa, no te llega para alcanzar el sueño de ganar y hacerlo palpable. Aparecen el medio escénico, la calidad del contrario, el árbitro, la presión mediática, el vocerío y la gritería, los propios errores y la diferencia de nivel entre un equipo y otro. Por tanto, y por poco que guste a quienes opinan diferente, ayer abrí paréntesis a las diecinueve horas y lo cerré a las veintiuna. La presencia consecutiva de Osasuna y Mallorca por Anoeta nos obligará más, porque esos puntos son de doble valor, como eran los del Almería hace una semana. De aquella victoria vino esta tranquilidad.

Bueno, es un decir, porque de repente y sin previo aviso aparecieron los otomanos con la camiseta del equipo de la antigua Trebisonda para uno de los nuestros. Entre rayas azules y burdeos, se montó un merdé inexplicable. Así hubo entretenimiento el martes, el miércoles y el jueves, hasta que anteayer Lasarte, cabreado con lo que estaba pasando y le salpicaba, cortó por lo sano y no quiso que los suyos perdieran un minuto de su tiempo en otra concentración que no fuera la del partido de Madrid. Se encargó también de poner florones, abalorios y perifollos a Mourinho, para así calmar algunas aguas que se movieron más de lo recomendable a principios de la semana y enviar a su equipo un mensaje de exigencia colectiva e individual del mismo modo que mandó al vestuario a su muchachada antes de tiempo en uno de los entrenamientos.

Tuve la sensación, por las declaraciones de los jugadores, que Xabi Alonso era el enemigo a batir. "Si le atamos, les paramos". Esta vez no estaban los Messi, Xavi, Iniesta y compañía, sino un chico tamborrero de Tolosa, al que deberíamos impedir dar pases y conectar con el delantero sin tornillos, con el espiritual Kaká, con el inexpresivo Özil, o con La serpiente de Lomé, ese pedazo de delantero que se han traído de Inglaterra, que atiende por Emmanuel y se apellida Adebayor. Nosotros a lo nuestro y yo soñando con ver desde el principio al quitanieves. Se quedó en sueño, porque salvo el cambio de Mikel González por De la Bella, el resto, los mismos. Ni cinco defensas, ni tres, ni nada. Bueno, tres sí, porque al descanso nos fuimos con media talegada al vestuario sin sensación de nada y con CR buscando el hat-trick de Messi en la víspera. A lo mejor le falta un tornillo, pero a nosotros se nos gripó el motor al completo.

Luego, en la segunda parte, pájaros y flores, con un gol de Tamudo y alrededores y otro de Adebayor que cerró el tanteo que reflejó inexorablemente la diferencia de unos y otros. Perdemos a Xabi Prieto para el compromiso ante Osasuna y dejamos al descubierto debilidades. Los grandes se nos atragantan.

Iñaki de Mujika