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El jarrón roto se arregla con pegamento

Muchos aficionados se perdieron ayer el gol de Ifrán, porque cuando el uruguayo remató al portal de Calatayud buena parte de la feligresía había abandonado sus asientos. Hace tiempo que descubrí el sentimiento de los seguidores. Pese a los pitos del final, no quieren, no les gusta ver sufrir a su equipo. Y antes de pasar por semejante mal trago (0-3), deciden cabizbajos buscar acomodo en otros escenarios. Ahora y siempre, la historia se ha repetido con machacona perseverancia.


Las huestes de Lasarte no están bien. Lo dicen los resultados. Los dos últimos encuentros en casa se han saldado con derrotas ante el colista, encajando muchos tantos y marcando pocos. Sólo el de ayer. El técnico ansía con el momento en que cambie la dinámica de desazón que acompaña al equipo, algo así como una mezcla de ansiedad, desánimo, disgusto, pesadumbre o inquietud, individual y colectiva. El mister toca las teclas que le parece, tratando de encontrar el pegamento que una los pedazos rotos del jarrón.

El momento me recuerda precisamente esa situación. Los niños se quedan solos en casa, sin mayores que vigilen y pongan orden. Sacan un balón y se ponen a dar patadas en el pasillo. De repente, un balonazo se estrella en un jarrón de porcelana que cae al suelo hecho añicos. Se ponen todos rojos, asustados. Se acercan corriendo a ver qué destrozo han hecho. No parece tanto. Colocan en su sitio cada pieza del inesperado puzzle, utilizando la cola que todo lo pega. Vuelve la porcelana a su sitio y se esconden con cara de circunstancias, guardando silencio, en la sana ilusión de que nadie se dé cuenta.

Si no es muy grande la avería, el asunto cuela y pasa mucho tiempo en descubrirse. Si lo que hacen es una chapuza, la madre lo descubre pronto y sale despavorida dando gritos preguntando quién ha sido. Es cuando los niños se miran, ponen cara de circunstancias, asoma el rojo a sus mejillas y tratan de inventarse una historia que cuele. Cuando en las casas había niñera, éstas se llevaban las culpas sin remisión.

Lasarte disponía de un hermoso jarrón que lució no hace mucho. Lo mimaba, lo cuidaba, lo limpiaba y le daba brillo. Las visitas quedaban encantadas y se maravillaban. Pero un día le movieron la peana, lo hicieron menos consistente y terminó cayendo sobre la alfombra. Eso evitó el destrozo pero no el golpe. Ahora se trata de arreglar el desconchado, volverlo a poner en su sitio para que la gente siga admirando el diseño y sus colores. No queda otra.

Anoche le pregunté a Xabi Prieto si creía en el discurso, en las palabras de confianza que manifiestan, en las propias fuerzas que él y sus compañeros pronuncian en cada comparecencia. Lo mismo que el entrenador y su grupo de trabajo. No es posible dudar. Aquí pasamos de Europa a las calderas de Pedro Botero en un santiamén. Ni tanto, ni tan calvo. El objetivo sigue siendo el mismo y único, aunque en el camino haya habido tantos despistes que destrozaron aquel jarrón de porcelana que tardamos tres años en conseguir.

 

 

Iñaki de Mujika