Ganar en Roland Garros parece sencillo, sobre todo si lo haces seis veces en siete años. Esa es la marca personal de Rafa Nadal que iguala récord con Bjon Borg y sigue mirando al frente para llegar hasta donde sea posible. Supongo que hubo un día en que se planteó su carrera como una superación de dificultades. Acaba de cumplir veinticinco años y su historial es irrepetible para su edad. Basta, simplemente, comprobarlo en la actualizada Wikipedia y pasar página tras página para corroborar la realidad aplastante de los números.
Este último triunfo en París probablemente haya sido el menos brillante o uno de los más difíciles. Los analistas creen que no estaba bien, que su condición no era la mejor para afrontar un torneo de semejante magnitud que, él mismo, considera como el mejor del mundo. Pero, para derrotarle hay que ser más duro y correoso que él. Y eso no es fácil, porque si algo manifiesta el manacorí es su constancia.
Comenzó el torneo sin transmitir buenas vibraciones. El americano Isner le tuvo contra las cuerdas y necesitó cinco sets para ganar. No convenció más la victoria ante Pablo Andujar. Los días, hasta trece que dura el torneo, van pasando y sobre la tierra roja, polvo de ladrillo, van cayendo los rivales hasta que alcanza las semifinales y supera a Murray.
Con la victoria en el bolsillo mira de reojo a la otra semifinal. Djokovic le ha ganado los últimos cuatro partidos y le ha comido la moral. Lo reconoce entre sus más cercanos. Por eso va con Federer. Le quiere más y le prefiere como rival en el partido decisivo. Gana el suizo con autoridad y jugando como en sus mejores tardes, aunque duró tanto el partido que se les hizo de noche.
El postrer partido les tuvo a los dos cuatro horas sobre la cancha. Las miradas de Nadal a su rival cuando le ajusta golpes que valen tantos percuten en el suizo. El balear sabe que está ante la oportunidad soñada. El último set, el cuarto, es precisamente el mejor del torneo. La Copa de los Mosqueteros vuelve a sus manos y la muerde con rabia contenida. Como sus emociones. Nunca enseña sus debilidades, porque pelea para dominarlas. Las derrotas con Djokovic le afectaban a su confianza. Este triunfo servirá de bálsamo a un tenista que después de volver a ganar sólo se atrevió a decir "le doy gracias a la vida".