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La chistera de Aimar

Hace siete días comí con unos amigos, uno de ellos muy pelotazale. No iba al frontón, pero sí pensaba gastarse unos duros en apuestas. Quiso saber qué pensaba. Entendí que la corriente era favorable a Irujo, pero la holgura de la victoria de Aimar Olaizola sobre Oinatz Bengoetxea alertaba del momento de forma en el que se encontraba el pelotari de Goizueta.

“Creo que ganará Juan”, le dije sin demasiada convicción. “Entonces apostaré por Olaizola”, respondió sin vacilaciones. No dudaba de mis pequeños conocimientos, sino que le gusta ir a contracorriente de la mayoría. Atento a la suerte que pudiera correr mi amigo,  fui siguiendo el devenir del partido.

Fue algo así como un bocadillo de jamón. Salida elocuente de Aimar para dejar claro que estaba espléndido. Remontada de Irujo, enviando un mensaje de confianza a los suyos, y tacada monumental del campeón que pasó por encima del rival como una apisonadora, descentrándole por el enorme juego.

Olaizola sonrió en lo alto del cajón calada su tercera txapela. Irujo, entre resignado y triste, reconoció que el rival disfrutó de todas las pelotas y que le había dado un repaso. Ambos se necesitan, se tienen ganas y se complementan. Son diferentes. El de Goizueta es duro. No se viene abajo fácilmente. Consistente, frío y muy convencido siempre de sus capacidades.

Irujo es como un volcán. Cuando entra en erupción no hay quien lo pare, pero luego se mete en guerra consigo mismo, pierde el nivel de concentración y se descentra hasta límites insospechados. Una tacada de 17-0 en una final, después de ir ganando, no se entiende fácilmente.

El triunfo le sienta bien al ganador y a su empresa Asegarce que desde 2008 con Oinatz Bengoetxea no había logrado el triunfo. Ahora, para las ferias del verano, dispone de un cheque al portador. Ello conlleva la reivindicación del campeón. Los analistas estiman que ha cambiado la forma de jugar y que se encuentra en el mejor momento de su carrera. A lo mejor buscó en la chistera y encontró lo que necesitaba para confirmarse como el más grande.

 

Iñaki de Mujika