Prandelli ha devuelto a la selección italiana buena parte del glamour perdido. El equipo que dirige tal vez es el que mejor ha jugado la Eurocopa que termina. Apenas cometió errores en los partidos disputados antes de la final que le ofrece este domingo la gran oportunidad de congraciarse con su historial.
La escuadra “azzurra” se comporta como un equipo fiable, poco especulativo, con buena defensa y rápidas transiciones. Es resolutivo donde debe serlo y creativo de la medular hacia delante. Dispone de un centrocampista, “rigor tacticae”, que atiende por Pirlo y de dos delanteros rupturistas, con demasiados sucesos fuera de los terrenos de juego en sus trayectorias, pero francamente buenos.
Cassano y Ballotelli, tal para cual, constituyen, con cierto tufo de anarquía táctica, una delantera peligrosa sobre todo si las zagas oponentes esperan algo previsible. El segundo gol del jugador del Chelsea ante Alemania es de lo mejor del campeonato.
Pero llega la final. Una de las frases favoritas que Luis Aragonés acuñó en el tiempo se refería a quienes no ganan este tipo de encuentros. “De los subcampeones no se acuerda nadie” decía. España es la actual campeona, defiende el título e Italia ve al alcance de su mano el premio mayor. Los unos están con hambre y ganas de ser campeones. Los otros, henchidos de gozos recientes, lo necesitan menos, pero están en racha irrepetible y quieren agrandarla.
Vicente del Bosque viene manejando un grupo que ha llegado al final, como algunos toros, “justitos de fuerzas”. Embisten pero no brillan. Es probable que siga confiando en los mismos porque es amigo de pocos cambios. El valor físico de la final parece que va a influir más que lo táctico. Ambos equipos se conocen, abrieron la presente Eurocopa y empataron. Las espadas están en el aire y el pronóstico es incierto. En un paisaje como éste sólo acierto a decir que “A quien dios se la dé San Pedro se la bendiga”.