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Más allá de las banderas

Cada deporte presume de un estilo y una tradición. Los autóctonos ofrecen además ese punto de cercanía que no disponen los más universales. Si nos fijamos en la pelota, sabemos que predominan tres colores. El blanco se relaciona con los uniformes, el rojo determina a los campeones y el azul, a quienes aspiran a serlo. Las grandes finales se disputaban en frontones abarrotados, al mediodía de un domingo, sin cámaras de televisión. Con puntualidad exquisita, en pleno fragor de la batalla, el partido se detenía para que el páter rezara el ángelus en mitad de la cancha. El signo de los tiempos, la diversidad horaria y el laicismo social aparcaron un día aquella tradición que hoy es historia.

El remo y las traineras mantienen de pie las viejas costumbres. Los remeros limpian el barco, lo echan sobre sus hombros para meterlo y sacarlo del agua ante la atenta mirada de quienes les siguen con fervor. Quizás por su relación con el mar y los arrantzales, muchas de las tradiciones se vertebran en conceptos de religiosidad más allá de las creencias y la práctica. Hondarribia es un ejemplo indudable. Su verde bote lleva el nombre de la Virgen de Guadalupe, la Ama Guadalupekoa, el faro que guía al navegante.

Las tradiciones se cumplen sistemáticamente sin que exista el menor atisbo de duda o abandono de las mismas. Este sábado, concluirán el exitoso ejercicio pasado e iniciarán el próximo con un acto que se titula: “Bendición de banderas”. Todos los deportistas del club en sus diferentes competiciones han logrado trece. Las portearán por las calles céntricas de la ciudad. Entrarán y saldrán de la iglesia parroquial, bendecidas con el agua del hisopo y terminarán guardadas en la sede de la cofradía de pescadores, algo así como la reserva espiritual de la entidad.

Se aprovecha además la oportunidad para agradecer la fidelidad a tres remeros que cumplen diez años en el club defendiendo la camiseta verde. Asier y Gorka Puertas que ponen fin a su intachable trayectoria y deciden retirarse. Iñigo Vértiz es el tercero, pero continúa porque se cree con fuerzas para seguir haciendo grande el proyecto con el que está comprometido. Los remeros no ganan dinero, entrenan al final de cada jornada y lo hacen con un comportamiento profesional de máxima exigencia. En eso son ejemplares.

Aquí se valoran sentimientos y emociones, lo mismo que los fuertes lazos de relación y amistad que existen entre los componentes. Si no convivieran con nudos de fidelidad inquebrantable a los colores y confianza en los objetivos, la actual competición y la supervivencia de los clubes serían imposibles. La piel se hace jirones por los esfuerzos. Más allá de las banderas y de las victorias, existe una base sólida de compromiso y solidaridad que en Hondarribia es constatable. Esa forma de ser y sentir es lo que cautiva. Que el club destine una parte del presupuesto a tres insignias de oro con las que reconocer el sacrificio de los remeros, es un ejercicio de agradecimiento. Todos forman parte de las pequeñas historias que se escriben entre silencios y sin el reconocimiento mediático que merecen. 

Iñaki de Mujika