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Película con final feliz

Cada vez que asoma el festival de cine por nuestras calles, parece que cambia el mundo. Hay público para todos los gustos. A unos les apetece ver películas, tres o cuatro diarias. Otros prefieren asomarse a la alfombra roja para ver pasar actores, actrices y otras gentes del glamour. Otros, entre los que me encuentro, decidimos pasear por los alrededores y fijarnos en la gente, en todos los que llevan acreditación a la vista y bolsa colgada del hombro. Así sabemos todos a lo que se dedican. En los muchos años que compartí micrófono con compañeros que se encargaban de la información, pasé ratos muy divertidos, escuchando contar historias. Desde las siestas con ronquidos en mitad de una proyección,  hasta los habituales de los pesebres de bacaralofi que no se perdían fiesta en la que oliera a canapé y pincho de tortilla.

Os he contado alguna vez que el cine no es mi fuerte, sobre todo desde que empecé a visitar pabellones de balonmano y conocer campos de fútbol. Podría decir, sin exagerar, que en los últimos treinta años no he visto diez películas. Antes, sí. No habría cumplido 18 años, en un cine de la calle Cea Bermúdez de Madrid, proyectaban una con protagonismo de los Beatles. Arrasaban entonces. Nos encantaban y sabíamos de memoria todas las canciones. Vivía Franco y en los cines era obligatorio guardar la compostura. Las parejas de novios solían elegir la última fila del patio de butacas, la fila de los mancos, en la que se montaba trajín.

En plena zozobra de zalemas, caricias y entrepiernas, aparecía el acomodador, con la linterna enfocando a los amantes, a tocar las narices para fastidiar. Creo que aquel día del que os hablo, proyectaban Let it Be. Se llenó el gallinero de gente joven, griterío y bailables. Cada nada llegaba un señor que apuntaba con el foco y echaba a uno a la calle. De nuestro grupo, le tocó al pobre Pepe Soroa que era como Santa Juana de Lestonnac. Creo que por solidaridad nos fuimos todos, montando un bochinche que jaleó el resto de la feligresía. Luego, un poco más mayores, nos dio por los films de arte y ensayo. La cosa andaba entre franceses e italianos. Estos me gustaban más y recuerdo títulos impactantes como Giulietta de los espíritus, Novecento, Muerte en Venecia, Amarcord, Los cuentos de Canterbury o el Decamerón. Es decir que, pertenezco al pasado del séptimo arte. ¡Después de esta exhibición, Rebordinos me ficha para el comité de selección!

Eso es lo que hacen los clubes actualmente. Se tragan mil partidos, apuntan lo que les gusta, hasta que llega el día del brainstorming, la puesta en común de todos los datos sobre los que se toman las decisiones. Se marchó Isak, por cierto golito este fin de semana, y se reaccionó con Sadiq. Sucedió lo mismo con Xabi Alonso y Mikel Arteta, o con la llegada de David Silva. Luego, influyen muchos factores que no son fáciles de controlar. Las lesiones, por ejemplo, se convierten en el peor enemigo. Revisas actualmente las plantillas de cualquier deporte y en muchas de ellas encuentras inquilinos en el dique seco para tiempo. No sé lo que pasa, pero no es normal. Luego, surgen desencuentros. Leí esta semana la carta de Raúl de Tomás, un “ex” del Espanyol que salió por una puerta diferente dejando un reguero de incomprensión.

Con todos estos elementos de discordia, los técnicos entrenan, eligen jugadores disponibles, diseñan partidos y compiten para ganar. Cada cual con sus armas pensando cómo destruir las del rival. Imanol diseño un equipo previsible que jugó al fútbol de modo hermoso y preciso en el primer tiempo. Si no es por el tanto de falta de los catalanes, pudiéramos calificarlo como admirable. En el primero de los goles funcionó el tándem de los chipriotas y en el segundo el dúo de Merino y Brais. ¡Otra ración de pulpo! En todos los casos es lícito hablar de tríos, porque Silva alimenta a todas las parejas de este baile. Cuando está en el campo se nota la galanura. Se parece a Greta Garbo en la Dama de las camelias. Tiene un algo que cautiva. ¡Qué bonito es el fútbol cuando se juega bien! A lo mejor debiera hablar aquí de Zubimendi, otro Martintxo, que curra lo que no está escrito en los papeles y brilla sin necesidad de pasarela.

Habréis oído mil veces que los partidos se deben cerrar desde la ventaja. Lo sabemos todos. Por supuesto, también los protagonistas. El contrario juega a lo suyo y piensa lo mismo. El Espanyol no se iba a conformar con una derrota y trató de adelantar filas y de conseguir el gol que le diera aire. La Real necesitaba los puntos, alcanzar el primer triunfo en liga ante su feligresía y llegar al parón con tranquilidad. Eso es lo que hizo, aunque fuera por el camino del sufrimiento, del plus de entrega y de defender más de lo que les gusta. En este segundo periodo ofreció esa imagen de fortaleza que se necesita para que la película tenga un final feliz. Cumplidos los objetivos y sin casi nadie en el turisteo de amistosos internacionales llega el momento de cierta calma. Incluso, de poder montar una excursión al palacio del festival y asistir a una de las películas de la amplia cartelera. Por supuesto, sin sentarse en la última fila, en la de arrimarse a la pared. No quiero pensar qué puede suceder en la proyección que esta mañana se anuncia a las 11.45, con el título de Pornomelancolía ¡Ay, Irene, que nos vienen!

Apunte con brillantina. Podéis pensar lo que os dé la gana y llamarme lo que queráis, pero hoy me siento a las once de la mañana en el sofá y no me levanto hasta que acabe la procesión del funeral por la Queen. Sólo por ver las imágenes de la abadía de Westminster y escuchar los cantos de coros y escolanías, merecerá la pena. La vida es un abanico de contrastes. Mientras a una hora y en lugar se proyecta un film de título poco recatado; en otro, centenares de mandamases del mundo participan en un sepelio con exequias, funerales, vestidos de negro y con el ánimo compungido. Para esto no hace falta acreditación.

Real Sociedad 2-1 Espanyol
18 de septiembre de 2022 – LaLiga Santander

Iñaki de Mujika