Los árbitros de fútbol son un mundo. Todos juntos, más. Quisieron que presentara el acto de la despedida de uno de los colegiados más personales, y por ello distinto, que ha militado en Primera División un montón de temporadas. Me refiero al guipuzcoano Pérez Lasa. Un día me llamó para invitarme a ser algo así como el maestro de ceremonias. No me podía negar, porque siempre que le llamé para un programa de los nuestros respondió afirmativamente
Que los trencillas son diferentes, no hay duda. Cuatrocientas personas se reúnen en torno al homenajeado y lo hacen con la fidelidad y el respeto a una carrera. Si tienes curiosidad, te fijas una por una en las mesas y compruebas que conoces a muchos, de esos que pitan los domingos y salen por la tele. No van vestidos con el uniforme habitual, sino con chaqueta y corbata. Y en muchos casos, acompañados por sus parejas.
Te encuentras con árbitros retirados hace tiempo, con los protagonistas de la actualidad, con los jóvenes y prometedores chavales de cantera que sueñan con llegar y emular a quien despiden. Todos convencidos de lo mismo, porque para ellos ser árbitro es algo más que una vocación.
Cuesta mucho llegar y tanto o más mantenerse. Entrenan como los jugadores, les someten a exigentes pruebas físicas, saben que un informador analiza al detalle cada actuación. Un error, un despiste, te condena. Se han ido haciendo fuertes en el camino. Antes que la pasión les domine son ellos los que afrontan de cara los problemas. Deben resolverlos en décimas de segundo.
Pérez Lasa es un árbitro que se ha hecho a sí mismo. Ha dejado claro que lo primero es el respeto hacia la persona que administra justicia. Pocas protestas toleradas en las decisiones, cuando existe el diálogo. Decenas de actuaciones en todos los estadios y ciudades. Convivencia con los grandes futbolistas y los que no lo son.
El esfuerzo de sus compañeros y amigos del comité territorial guipuzcoano hizo el resto. Esfuerzo tras esfuerzo, aliento tras aliento, para conseguir que se reuniera el mayor número posible de personas alrededor del protagonista.
Luego, las ideas, los gestos, los sentimientos, los discursos, los proyectos, las ilusiones, mirar atrás para coger impulso…Cuando estás en la mitad de una cosa así, la primera conclusión a la que llegas es que un árbitro es persona, aunque a veces no lo creamos. La clave está en saber descubrirle y no caer en la fácil tentación de arremeter contra una actuación puntual.
Gipuzkoa pierde al principal referente de su territorio arbitral, lo que no significa que no venga por detrás un ramillete de jóvenes colegiados que militan en Segunda “B” y que necesitan apoyo. Ese es también un reto y en el no estará lejos el árbitro, con mayúscula, que un día llamó a la puerta de un colegio del que ahora sale por la puerta grande, más allá de aciertos, errores o incomprensiones.