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Como no podía ser de otro modo…¡Empate!

El Viernes Santo jarreaba por la tarde. Caía de lo lindo. Sin embargo, en el recorrido habitual de la procesión de Hondarribia se concentraron muchas personas, paraguas en ristre, en la creencia de que los pasos iban a desfilar. A eso se le llama esperanza. Lo mismo que los restauradores que sacaron todos los veladores, con sillas y mesas, imaginando una tregua que las nubes no concedieron y que dejaron a éstas tristes y desamparadas, sin un solo café que sujetar sobre las superficies.

No sé si con esa u otra ilusión acudieron ayer los seguidores de Eibar y Real al coqueto Ipurua. Todos soñaban con la victoria y los tres puntos con los que seguir albergando ilusiones. A eso, también, se le llama esperanza, sueño o utopía, porque a la vista de los panoramas, aquí se necesita algo más que fe.

Hubo fases de desencuentro con el fútbol y con el buen manejo de la pelota. En alguna de ellas intenté imaginarme cómo vivían los eibarreses en 1931, cómo era la ciudad sin torres. En concreto, aquel 13 de abril, mañana hace 78 años, en que decidieron proclamar la Segunda República, adelantándose al resto, en tiempos en los que no funcionaba el móvil y las comunicaciones obviamente no eran como las de ahora. Me apetece recoger aquí el texto de Toribio Echeverría, narrando aquellos momentos:

"…y antes de las seis de la mañana habíase congregado el pueblo en la plaza que se iba a llamar de la República, y los concejales electos del domingo, por su parte, habiéndose presentado en la Casa Consistorial con la intención de hacer valer su investidura desde aquel instante, se constituyeron en sesión solemne, acordando por unanimidad proclamar la República. Acto seguido fue izada la bandera tricolor en el balcón central del ayuntamiento, y Juan de los Toyos dio cuenta desde él al pueblo congregado, que a partir de aquella hora los españoles estábamos viviendo en República. (Viaje por el país de los recuerdos)".

Si esto te pasa en un partido de fútbol, poco agradable sucede. En efecto, un empate no es bueno para nadie, porque se quedan cortos. La Real perdonó todo, cuando ganaba y cuando empataba. El conjunto de Uribe salvó parte de los muebles gracias a su tesón y a la búsqueda de soluciones con las que al menos nivelar el choque. Saca al pivote Markel Robles como delantero centro. Logra un penalti que Alaña transforma haciendo menos valioso el tanto de Aranburu. Luego llega el capítulo de las ocasiones perdidas. La Real, con diez, y llegando a la meta de Zigor. Abreu dispuso de dos y Necati, la de todos los domingos. Por tres veces, vimos gol. Por tres veces, nos quedamos con las ganas. Nadie quería una taza. Empate y taza y media. ¡Somos guipuzcoanos!

Iñaki de Mujika