Atenas ha convocado a los dioses del Partenón a un encuentro el próximo día 23. Las ruinas del Olimpo congregarán a todos para seguir desde las alturas el partido del año. A sus pies, cerca de la sagrada montaña se levanta coloso el Estadio Olímpico de la capital de Grecia. El nuevo, el de la modernidad, el de los juegos del 2004.
Allí jugarán al fútbol las dos mejores escuadras del continente. Tal vez, ustedes piensen diferente y tengan otra opinión al respecto. Eso deberá ser considerado teoría, porque aquí nos movemos por demostrables. Y estos han puesto en la final al Liverpool y al Milán. Los mismos protagonistas que en el 2004 ofrecieron un emocionante espectáculo a orillas del Bósforo. En el camino han quedado los guerreros aspirantes: Manchester, Chelsea, Barcelona, Real Madrid, Bayern de Munich, PSV…
La confirmación del reencuentro de los dos equipos aspirantes al trofeo ha puesto de inmediato sobre el terreno una palabra que define: revancha.
El Milán de hace dos años ganaba por 3-0 al descanso del encuentro decisivo y perdió la final por penaltis. Ancelotti, el entrenador del Milán, lleva haciéndose preguntas desde entonces. ¿Cómo fue posible?. Un equipo montado, disciplinado en lo táctico, inteligente y práctico en los conceptos defensivos, encajó tres goles, no remontó en la prórroga y cedió, por desacierto, en la tanda fatídica de los once metros. Luego, al club le implicaron en enjuagues antideportivos.
Este año ha comenzado el "scudetto", con ocho puntos de desventaja como sanción. Su eterno rival aprovechó la situación para ganar con holgura el campeonato. Pero, por esa maldición que les persigue, el Inter ve apagadas sus luces por el resplandor del éxito del vecino. El Milán accede a la final europea y ve en el horizonte la oportunidad de conseguirla. En semifinales partió al Manchester por la mitad. Le dejó sin alma. Cristiano Ronaldo y Rooney no olieron nada en la vuelta del 3-0. Kaká, Seedorf y Gilardino respondieron al 3-2 adverso de la ida en tierras británicas. Parecen en forma. Ofrecen un tratado táctico en su comportamiento, brillantes en la presión y excelentes en el achique de espacios.
El Liverpool es, sobre todo, el premio a la combatividad. No son la mejor plantilla, no constituyen el mejor equipo, pero llegan a la final. Es un colectivo ejemplar en la actitud. Se nota la mano de Rafa Benítez y de los que trabajan con él. Los resultados les avalan desde su llegada: 2005, Champions League, 2006, Copa Inglesa; 2007, al menos, finalista de la Champions. No hay equipo que firme estos resultados.
Pelea en Inglaterra contra dos grandes entidades, más poderosas: Manchester y Chelsea. Ferguson y Mourinho, sus entrenadores, no pueden con el trabajo silencioso de su oponente. Juegan a lo que saben. No dibujan fuera de los límites de la cartulina, pero trazan con firmeza cada una de las pinceladas. Se estructuran desde la solidez defensiva de los Agger, Carragher, Reina o Riise. Construyen desde la creatividad de Xabi Alonso, Gerrard y la consistencia de Mascherano. Kuyt y Crouch ponen la guinda ofensiva, por velocidad y remate. Luego aparecen los que saben esperar sus momentos: Zenden, Pennant, Bellamy hasta completar un colectivo brillante en lo eficaz.
Nos gusta la final. Los italianos quieren ganarla a toda costa, aunque sólo sea por lavar su imagen y recuperarse de la ignominia del encuentro precedente. El Liverpool, también. Sabe a lo que sabe y les gusta relamerse en el buen recuerdo. Me gusta que los humildes ganen. Por eso, nuestro corazón se teñirá de rojo, como el vino de las copas del Olimpo.