La selección española de baloncesto ha ganado el Campeonato de Europa con holgura, pese a los decepcionantes comienzos en los que su juego y resultados iniciales no correspondían al papel de favoritos que todo el mundo les asignaba.
Surgieron las preguntas y se buscaron motivos y causas por los que el rendimiento del equipo distaba tanto del que se intuía. Los ojos y las armas apuntaron al banquillo del entrenador Scariolo. Los precedentes de Pepu Hernández y Aíto García Reneses como conductores del grupo se tradujeron en éxitos notorios. Los dos técnicos dejaron al equipo expresarse, sin someterle a la frialdad y encorsetamiento de los sistemas.
A punto de caer eliminados y con la soga al cuello, se abrió la cocina. Como tantas otras veces, tocaron trompeta los pesos pesados y decidieron. ¡Nosotros!. Asumieron el riesgo porque el fracaso les hubiera condenado. A partir de ahí cada partido se convertía en final. Debían ganar todos. Y los ganaron. Primero, con juego y resultados ajustados. La semifinal y final, frente a las grandes Grecia y Serbia, en plan insultante sin permitir a los rivales nada más que perder con dignidad.
En cuanto el árbitro pitó el final los jugadores desataron su euforia y lo celebraron. Ajenos al entrenador. Scariolo participó muy poco. Las cámaras de televisión ni le seguían, ni le encontraban Las preguntas y respuestas se protagonizaban exclusivamente por los jugadores. Incluso, algún periódico del día después no recogía una sola línea del italiano.
Dos días después, el técnico sólo ha sido capaz de decir: "Estoy orgulloso de haber conducido este Ferrari". La cuestión estriba en saber si la resultante del proceso servirá para que tanto él como tantos otros preparadores que se consideran el ombligo del mundo, son capaces de realizar un ejercicio de humildad.