El éxito atrae y conquista. La temporada de los culés está convirtiendo al barcelonismo a cientos de anónimos aficionados que se han hecho del conjunto de Guardiola como si se tratara de una religión politeista, en la que los dioses corren y persiguen un balón hasta dominarlo. Necesitados como estamos todos de momentos agradables, el fútbol que despliegan los azulgrana cautiva por su belleza, eficacia y plasticidad.
Superada con nota la prueba del algodón en el Bernabeu (2-6), llegó el partido de vuelta de las semifinales de Champions. El último escollo antes de la final se afrontaba sin ventaja (0-0 en el Nou Camp). Correspondía visitar la cancha del Chelsea, con casi todo en contra: el resultado, la presión mediática, las escasas dimensiones del terreno, el cansancio, las ausencias de Pujol y Henry y la ansiedad que se deriva de la necesidad de confirmar lo que el equipo va haciendo de bueno por el camino.
En seguida llegan las comparaciones con el "dream team" de Cruyff. Demasiado pronto. Los propios protagonistas reconocen que, mientras no se ganen títulos, no podrá decirse nada al respecto. Incluso, en algunos sectores desean ir más rápido que el tiempo. ¡Triplete!. El Barça puede ganar tres títulos, pero también perderlos.
Stamford Bridge protagonizó un espectáculo. Los ingleses de Hiddink diseñaron un escenario idílico desde el minuto nueve, cuando un zurdazo de Essien adelantó al Chelsea. El Barça necesitaba, al menos, un gol. Este llegó por el caminó de la épica, la lírica y la dramática. Lo firmó Iniesta, el futbolista que se apresuró a declarar: "Nos lo merecíamos".
Antes, muchas jugadas discutidas. Todas en el área catalana. El noruego Tom Henning, colegiado del encuentro, recibió el cúmulo de protestas de los ingleses que interpretaron que algunas jugadas se convirtieron en flagrantes penaltys. No sancionó ninguno y el torrente de tensiones acumuladas se desbordó en el descuento cuando el remate del jugador albaceteño rubricó el pase a la final.
No hay final inglesa, sino la esperada y deseada por la mayoría de los aficionados. El Chelsea no fue peor en las semifinales, pero la tendencia, la fortuna de los campeones y esas cosas que hacen del fútbol algo diferente, impusieron la ley no escrita.