Tengo por costumbre respetar todas las inicativas que el mundo del deporte se plantea en cualquiera de las modalidades. Más aún, si desconoces cuáles son los parámetros de dificultad en los que se mueven quienes las protagonizan. La montaña siempre infunde una dosis de heroicidad no exenta de riesgo. Por eso, cuando Iñurrategi, Vallejo y Zabalza presentaron su objetivo de cruzar la Antártida pasando por el Polo Sur, en medio de hielos y temperaturas inhumanas comprendí que no era una expedición turística.
La expedición vasca logró quince días antes de lo previsto cruzar la Antártida sin asistencia externa. Solo ocho personas han logrado ese reto. Los montañeros, desplazados con trineos tirados por cometas, alcanzaron Bahía Hércules después de cubrir 3.400 kilómetros, cien años después del primer hombre en conseguirlo Roald Amundsen.
"Salimos a las cinco de la mañana pensando que iríamos rápido, pero se cayó el viento y tuvimos que parar. Los últimos kilómetros fueron a pie. Ha sido duro desde el primer día hasta el último", apuntaron los aventureros. Muy justos en las previsiones alimenticias, han comido lo mínimo porque trataron de cargar los trineos con el menos peso posible. En el camino debemos hablar de esfuerzo, desgaste, dureza, surcos en el hielo, sin que ninguna de las dificultades pudiera romper con la fortaleza mental de cada componente. Sólo desde la convicción era posible concluir con éxito, porque al final se encontraban el hombre y la naturaleza de frente.
Vestidos de rojo, color de la pasión, Iñurrategi, Vallejo y Zabalza con las pocas fuerzas que les quedaban alzaron sus esquíes en señal de victoria. Un eslabón más en la larga cadena de éxitos que corresponden a su historial deportivo.