La dimisión de Laurent Blanco como seleccionador francés de fútbol abre de nuevo una brecha en la mal cicatrizada herida de la formación gala. La catástrofe que supuso el papel del equipo en el mundial de Sudáfrica motivó una serie de decisiones que afectaron entonces al presidente de la federación, al técnico Domenech y a una parte no desdeñable de futbolistas.
Han pasado dos años. Casi un volver a empezar, tanto en los despachos como en el terreno de juego. Sin grandes alharacas, la tricolor fue haciendo camino, ganando partidos sin cautivar, apostando por jóvenes y clasificándose para la recientemente terminada Eurocopa.
La antigua situación no parece erradicada porque han vuelto a aflorar viejas tensiones, sobre todo a raíz del último partido clasificatorio, cuando jugando frente a Irlanda, bordearon el ridículo y desaprovecharon la oportunidad de ser primeros de grupo y evitar a España en los cruces. Se supo, porque trascendió, que hubo rebelión a bordo, que Nasri y algunos más se las tuvieron tiesas con el técnico.
Los franceses no perdonan estas salidas de tono. La prensa zumba y exige responsabilidades. Tras la derrota ante el equipo de Vicente del Bosque y la consiguiente eliminación, las noticias saltan como el agua en las cataratas. Blanc no desea continuar. Varios futbolistas (Nasri, Ben Arfa, Ménez, M’Vila) son llamados a declarar ante la comisión de disciplina de la federación.
A la vista otro proyecto y la necesidad de elegir nuevo entrenador. Algunos rumores situaban a Deschamps, pero otros hablaban de Wenger, Tigana o Zidane. Finalmente, la Federación Francesa comunicó oficialmente que el exentrenador del Marsella, y campeón del mundo en aquella maravillosa selección de Aimé Jacquet, Didier Deschamps será el nuevo responsable del combinado galo. Le queda una ardua tarea por delante. El vestuario no es fácil.