El de ayer fue uno de esos partidos espesos, plagados de fallos y errores, donde si ganas, dices sin ruborizarte que lo mejor ha sido sumar tres puntos. Valen igual y cuentan lo mismo que los que surgen después de un partido primoroso, de lentejuelas y brillantitos. En Balaídos, el equipo no ofreció su mejor versión y estuvo pestoso y nada cautivador.
Hace siete días, cuando entré de puntillas en el mundo de las zarzuelas (no de marisco), escribí un relato en el que destacaba el valor de algunas actuaciones y el buen partido de unos cuantos futbolistas. A la mañana siguiente, cuando leo las crónicas de los compañeros y las puntuaciones destacadas, compruebo la coincidencia, o no, con lo que se publica. Olvidé citar a Mikel Merino, que se lo merecía. Si hace un año la gente dudaba de su rendimiento, que si patatín, que si patatán, hoy es canelita pura. Se nota que disfruta, que está con confianza, que lo ve claro. Se atreve con todo. ¡Y además rasca y le rascan!
Como hemos coincidido con una semana llena de soles y tardes formidables para pasear al perro (ironía pura), tragué horas de partidos europeos hasta hartarme. Lo peligroso de quedarse en casa tantas horas seguidas es que recorres el pasillo hasta la cocina unas 200 veces y en ninguna vuelves de vacío. ¿Abres la nevera, la despensa, la caja de galletas saladas, la de frutos secos? Enlazas merienda y cena casi sin enterarte. Uno de los encuentros que visioné un rato fue el del Bayer Leverkusen en el Metropolitano. Aquel equipo que nos ganó (2-1) con un gol en el descuento.
Sentí curiosidad y planteé un juego, un ejercicio de comprobación. Quería saber cuánta gente quedaba de aquella alineación alemana de 2013. ¡Uno solo! Se apellida Bender. Nadie más, ni entre titulares ni suplentes. Por cierto, en el banquillo había un chico noruego, Joel Pohjanpalo, cuyo apellido me cautivó. ¿Qué queréis que os diga siendo nórdico? Tampoco en la Real de ayer en Vigo apareció ningún protagonista de aquel choque. De los que jugaron entonces, salvo Zurutuza, ya no queda nadie en la plantilla. En seis temporadas traje nuevo diestro y siniestro.
Luego, aguanté un ratito el partido de Estambul. Nos enfrentamos al Galatasaray hace 16 años. Entonces el entrenador del equipo turco era Fatih Terim. Lo sigue siendo ahora, después de pasar por mil equipos y dar más vueltas que un tiovivo en las fiestas de Zamarramala, allá por febrero cuando mandan las mujeres en el pueblo oficialmente un solo día. Siguiendo los designios del zapping, caí en las redes del Shakhtar Dinamo de Zagreb. Imposible aguantar mucho rato. Un tostón en toda regla, parecido al de ayer al mediodía. Ahora es cuando me vengo arriba y concreto que la Real de esta temporada juega bastante más y mejor al fútbol que esos equipos, aunque en Vigo lo disimulara con creces. Normalmente, entretiene, ataca y mete goles, porque de la raya hacia adelante cuenta con personal cualificado, señoritos de postín, mozos de librea que te montan un pollo en cuanto te despistas o te encasquetan un caracola la primera de cambio. Eso lo sabía el Celta, que montó delante de su área un fortín para plantear un partido de choque y contacto, especial para zapadores con algo más que pico y pala. En ese paisaje no cabíamos y se notaba. ¡Cuántos fallos por favor! Nos movimos mucho tiempo en medio de un atolondramiento casi general.
No sé si por culpa del balón de invierno, esa horterada monumental con la que afrontamos los meses crudos de frío. Es un decir, porque ayer en Vigo el termómetro pasó de 20 grados y hacía un día para ostras con albariño y manga corta en el mercado de la Piedra. Antes, en los partidos de nieves y granizos, nieblas y oscuridades, se disponía de un balón naranja, fosforito, que se veía desde el Txindoki y que cumplía con el objetivo para el que se usaba. Ahora, no. Ahora es un diseño kitsch, horroroso, que se ve menos que el anterior, el de verano, y que es seguro que no va a estar en el zapato de los niños cuando llegue Olentzero.
Como además se jugaba a las doce, el día del cambio de hora, del jet lag; el día en que te despiertas a las siete y son las seis y no está el cuerpo para rezar maitines y subir al Adarra, comprendes que los futbolistas protagonicen un homenaje a la espesura. Lentos en los pases, atascados en las ideas y además un árbitro, con apellido de conquistador, que tardó en sacar las tarjetas demasiado tiempo y cuando lo hizo ya estaba alborotado el patio de vecindad (incomprensible la de Mikel Oyarzabal). La suma de todos estos elementos derivó en un partido kitsch, como el balón, que salvó la jugada escandinava entre Odegaard e Isak para ganar el partido y sumar tres puntos que nos mantienen en zona de privilegio.
Estamos en semana de tres encuentros, así que a cruzar los dedos y a tratar de recuperar el buen juego, a través de la inspiración de los artistas, que esta vez no encontraron la varita mágica, la donosura tal vez perdida en un baúl del aeropuerto de Peinador.