No es que los derbis me apasionen. Más bien, todo lo contrario. Llevamos unos cuantos años sin mayores sobresaltos más allá del valor de los puntos y del prurito de ganar al eterno rival. Eso es lo que perdura. Todo se ha ido diluyendo en el camino y aquello de “pescar en el jardín del otro” ha dejado de ser el pan nuestro de casi todos los días, el arma de combate arrojadiza y la madre de todos los males. Y, por supuesto, digan lo que digan, unas declaraciones por encima del equilibrio exigible calientan hoy en día menos que una Buta Therm’x y desenmascaran a quien las realiza. Ajenas a estas cuestiones, las directivas de ambas entidades tuvieron a bien compartir una fotografía en las redes sociales antes del match. Todos juntos y en unión suman 30 dirigentes o responsables. La mayoría con muy buen color. Moreno balandrista.
Como la tarde apuntaba larga, llegué a casa más o menos pronto. Bermudas, alpargatas y camiseta azul de algodón. Vueltita por la cocina para cenar pronto y de paso arramplar en la nevera casi todo lo que quedaba del reciente viaje. ¡Cómo me gusta el licor frío de café! Entre una tostada de aguacate con pavo, los restos de una empanada de atún, los ñeques a un queso de tetilla y los pedazos de un bollo de azúcar haciendo barquitos en un vaso de leche salí con buena nota del trance.
Era cuestión de entretenerse hasta que llegara la hora. Había dos opciones que cumplimenté con el habitual zapping. Un Sevilla-Celta, de primera y el Zaragoza-Elche, de segunda. No sé el porqué, pero me siguen gustando mucho los partidos de la categoría de plata. En todas partes sigue habiendo futbolistas que conocemos y con los que me gusta charlar sin micrófonos delante.
Apagué el móvil para que no me petaran el teléfono con mensajitos y opiniones en los habituales grupos de cháchara y palique. La Real venía de sumar cuatro puntos lejos de casa y se presentaba en San Mamés con los mismos que había cosechado el Athletic. Los rojiblancos se comportan como un equipo cuyas virtudes se conocen de sobra. No las abandonan nunca, al igual que sus seguidores. Seguro que la Real dispone de mejores futbolistas y maneja mejor el balón, pero está claro que siendo dos estilos tan diferentes, cada cual quiere imponer el suyo. La confirmación de la renovación de Jon Pacheco hasta 2025, un par de horas antes del comienzo del encuentro, enseñaba músculo txuri-urdin, de nuevo, en un verano para enmarcar.
Os aseguro que muchas veces suelo quedarme frito en el sofá mientras veo un partido. Puse el despertador para que sonara más o menos un cuarto de hora antes de acabar, porque los compañeros de cierre de esta edición me pueden matar si no entrego el texto a velocidad de vértigo. Así que para que no me pille el toro? tic, tac, tic, tac. Saltan los jugadores al campo con la cara de tensión habitual y celebro como siempre el fervor de los partisanos que otorgan color y calor a la contienda. Respetuoso y bien guardado minuto de silencio, porque hay cosas que pertenecen a los sentimientos y que están por encima de las rivalidades. Nunca es fácil la convivencia con el dolor.
Metidos ya en el costal del partido, el guion previsto lo cumplió a rajatabla el Athletic. Salió como tantas veces en oleadas. Adelantó bastante la defensa, por delante de su área, e impidió el juego visitante. De la presión y del sentido de la anticipación llegó el primer gol. Para que no faltara de nada, Williams se metió entre una defensa que no estuvo consistente, lo mismo que en el segundo tanto. En medio de la alegría local, los realistas sufrieron el rigor del VAR, que convirtió el penalti sancionado por el árbitro en libre directo que se lanzó sin consecuencias. Las tuvo la torcedura de tobillo de Illarramendi, obligado a abandonar el terreno de juego.
Es decir que, antes del descanso estaba prácticamente el pescado vendido. El Athletic era superior y la Real no jugaba bien. En las abarrotadas gradas convivían el jolgorio local y el desánimo visitante. Imanol decidió que Portu supliera la ausencia del mutrikuarra, cambiando no tanto el esquema pero sí los ejecutores del mismo en una zona en la que se trata de imponerse para crear juego y llevar peligro a la meta contraria. Seguro que la feligresía txuri-urdin esperaba tras el descanso la reacción de los suyos a pesar de todo el infortunio del primer periodo. Aproveché el receso para tomar una manzanilla que me ayudara a digerir la cena referida. ¡He escrito manzanilla y no tila!
Reconozco que hay pocas cosas que me indignan pero entre el VAR, el árbitro Estrada Fernández, casero a reventar, (que desde hace tiempo no gusta en Zubieta y desde anoche menos), los eternos minutos de espera para que se decida la idoneidad de la jugada y la más que dudosa interpretación de las acciones, sentí la sensación de tomadura monumental de pelo. El partido podía haber entrado en otra dinámica, pero nos quedamos con las ganas. Y no discuto el valor de la victoria de los de Garitano, porque para ganar un partido hay que rematar y la Real de anoche prácticamente no probó a Unai Simón hasta el último minuto. A partir de ese momento del gol anulado, no sucedió nada. Los trámites de los cambios, el quiero y no puedo y la sensación de no haber dado la talla o encontrado el antídoto. Imanol comentó que el Athletic era el favorito del partido. No se equivocó en el pronóstico.
El partido concluyó pasada la medianoche, que es hora de ponerse el pijama y marcharse a la cama, con cabreo, rebote y preocupación. A la espera de conocer el alcance de la lesión de Illarramendi, el partido deja dudas, cosa que no había sucedido en los dos anteriores encuentros. Dos semanas ahora por delante para preparar el reestreno de Anoeta y apenas tres días para completar la plantilla porque el mercado se cierra. Pasarán cosas. O eso es lo que se espera.