El Beaterio de Iñaki de Mujika

La bolsita del pícnic

Han pasado muchos años desde el primer viaje a Palma de Mallorca. No era por cuestiones futboleras, sino vacacionales. Cuando eres joven lo aguantas todo. Cogimos un hotel de los baratos, en régimen de media pensión, desayuno y cena. Para el almuerzo nos daban una bolsita, un pícnic, en plan comida. Se guardaban todas en el bajo del autobús hasta que llegaba la hora de comer.

El primer día de excursión nos llevaron a la costa noroccidental para ver Soller, Valldemosa y Sa Calobra, una playa preciosa a la que se llega por una carretera de mareo. Nos bañamos, estiramos las toallas en la arena y nos dispusimos a llenar el buche con lo que nos habían proporcionado en el hotel. Lo primerito un bocadillo de salchichón del tamaño de una cajetilla de tabaco. Luego, un huevo duro infumable y de postre, una naranja y un plátano. Nada más. Rebuscaba en la bolsa tratando de encontrar el arca perdida y solo encontré varias servilletas. ¡Horror! No he vuelto a ese hotel.

Por esas cosas que se me escapan, ayer veía, alrededor de mi posición en el estadio, a un montón de gente con su bolsita. No salían, no, unos minibollos secos, sino traineras completas, barras de pan, baguettes con unas suculentas tortillas de atún, chorizo o jamón, de media docena de huevos.

También algún filete empanado. Los olores que desprenden no dejan lugar a dudas. El problema es que cuando la pituitaria funciona… te entra un hambre que para qué. Luego, van saliendo de las bolsas, las frutas, los donuts los bollos de chocolate, las palmeritas. Un maravilloso compendio que permite recuperar el habla, ponerse las pilas y volver al partido. El descanso viene para eso como anillo al dedo. Esto de jugar a la una? Una hora menos en Canarias.

Luego, está el otro pícnic, el del césped. Nunca sabes al salir de casa a qué va a oler. Quizás más que bolsita sea caja de sorpresas, porque, cuando la abres, desconoces realmente qué te vas a encontrar. Como en las últimas fechas alrededor del equipo hay mandanga, cada cual intenta arrimar el ascua a su sardina buscando fortalecer sus tesis. El entrenador esgrime, únicamente, razones deportivas en la elección de convocados y alineaciones. El rumor que se expande habla de otra cosa. El deseo es que todos estén con las pilas puestas dentro y fuera del campo, que no haya dudas en el compromiso y la exigencia. Al final, la conclusión es la misma. Todos los caminos llevan a Roma, pero ganando partidos. ¡Claro! Si no lo haces, rienda suelta a la especulación, al runrún y al bisbiseo.

Lo primero que encontramos al meter la mano en el fondo de la mochila fue el cambio de portero. La mera decisión apagó uno de los fuegos. Moyá casi no tuvo trabajo. Lo poco que le llegó lo resolvió con suficiencia. La alineación me gustaba y el juego también hasta que llegó la lesión de Merino, cuya ausencia nos hizo mucho daño y casi todo se fue al traste. El Valencia se agazapó y fuimos a por él, aunque sin conseguir un buen último pase que ayudara a definir. Lástima del cabezazo de Aritz Elustondo que el meta visitante detuvo con arrojo, como en el segundo tiempo el penalti.

Otra vez el central, luego lateral, volvió a brillar con luz propia. Es una pena que los partidos que está protagonizando no cuenten con el premio de los buenos resultados. Hay sábados, viernes o domingos, en los que cuando es que no, es que no. Podríamos a estas horas seguir jugando que no rompíamos el cero de nuestro casillero. Nos falta más juego, mejor fútbol y usar las bandas de verdad, con extremos y dobladas. Cuando el equipo se relacionó, jugó paredes rápidas y buscó portería, creó problemas. Uno de ellos, el penalti que pudo cambiar la suerte del partido, pero a Willian le adivinaron el lanzamiento y nos quedamos con las ganas.

Luego, están los árbitros. En concreto, el de ayer. Gil Manzano, como Del Cerro Grande, va a su bola y pita de un modo muy diferente a la mayoría. Pese a la edad y al entusiasmo que pongo, sigo sin entender los criterios. Si el partido lo pita el que nos tocó en Huesca, el Valencia acaba empapelado. ¡Qué manera de rascar! El viaje a Zaldua lesiona al lateral. La falta que no pita, y su deriva, manda a Merino al vestuario. El agarrón a Sandro termina con tarjeta al realista por encararse con el autor de la falta. Es decir, en una acción indiscutible los dos jugadores salen igual de sancionados. Y a lo largo del partido, se repiten las faltas y las entradas como si no pasara nada. ¡Qué fácil es hacerse el sueco aunque no estemos en Estocolmo!

Estas circunstancias obligaron a cambiar futbolistas mucho antes de lo previsto. La sala de máquinas se nos gripó y acabaron desengrasados y chirriando. Muertos. Y eso se traduce en errores en los pases, en atolondramiento, en lentitud y falta de punch, en increencia, en cabreos y enfados, en desánimo y decepción. Garitano volvió a rebuscar en el fondo de la bolsa, pero no le quedaba siquiera el huevo duro infumable. Se inventa lo que puede, mueve a la gente de sitio y aguanta el hambre.

iró de Sandro y Bautista, pero costaba llegar mucho arriba. Los chés se atrincheraron con sus dos líneas de cuatro y las dos puntas de arriba para tratar de aprovecharse de los errores locales. Alguna tuvieron, pero? Les bastó (poquita cosa) con eso para ganar, mientras que en el otro lado, ni siquiera el formidable empuje de la grada obró el milagro. Los aficionados esperan a su equipo en plan avalancha, como un lobo feroz, al compás del nuevo son y la cercanía. Toca esperar y desear que la enfermería desaloje inquilinos, porque al paso que llevamos no nos van a quedar ni las servilletas del pícnic. Necesitamos a muchos de los que no están, para que nos den lo que falta.

Iñaki de Mujika