El Beaterio de Iñaki de Mujika

Una aspirina para el dolor de cabeza

Cuando ves al entrenador en manga corta, a la gente disfrutando del sol de la tarde y las gradas llenas y cantando con arrebato puro, recuerdas un montón de cosas que nos pasaban en el tiempo cada vez que viajábamos allí. Hoy me da por hablar de las noches de hotel. O de las pesadillas, según se mire, porque con el segundo tiempo de ayer, el insomnio estaba garantizado. Os cuento historias. Desde hace unos cuantos años, el equipo realista se hospeda en el mismo sitio, ubicado en una zona bastante tranquila, alejada del mundanal ruido y con espacios cercanos para pasear y para que los fieles seguidores acudan a la puerta para saludar y sin agobios hacerse fotos con los jugadores. En el camino, en cambio, hemos pasado por bastantes lugares para pernoctar. Uno de los últimos, quizás el anterior al actual, estaba muy bien pero no había quien pegara ojo. Delante mismo, en una monumental explanada, se organizaba un botellón del diez. Las cuadrillas iban con sus coches, cargados de neveras y altavoces. La música sonaba con todos los decibelios posibles. ¿La una, las dos, las tres, las cuatro? daba igual. Íbamos de sobresalto en sobresalto. A la mañana siguiente, normalmente domingo, era el tema de conversación en el desayuno. La gente llevaba puestas las ojeras, porque no había modo de descansar. Una cabezadita, un sobresalto. Más o menos como la cita de ayer. Parecía un partido de tenis. De un área a otra, con velocidad de vértigo, sin tiempo para un respirito. Enel primer tiempo, claro, porque en el segundo parecía que estuviéramos bailando un chotis sin salir del cuadro. Cuando el encuentro no tocaba endomingo, nos despertaba el ruido de las obras del metro que entonces se construía. Supongo que esas fueron las razones del cambio. Una de aquellas veces, llegamos bastante tarde. Veníamos decenar. Atravesamos la estrecha calle en la que se ubicaban los que disfrutaban de la noche. No os digo a lo que olía, pero era imposible distinguir los elementos de la mezcla. Os lo podéis imaginar. Si algo me llamaba la atención, erala cantidad de gente madura que participaba del ambiente. Ahora, normalmente son jóvenes que no llegan a 30. Allí muchos superaban esa edad, incluso los40. Nunca tuvimos la tentación de sumarnos al festejo. ¡En Vigo, sí! En ocasiones, si hospedándonos en un hotel concreto se perdía, algunos entrenadores no querían volver a un sitio que consideraban gafe. Supongo que la próxima vez, visto lo visto anoche, cambiamos de emplazamiento. ¡Fijo!

Sinceramente, no esperaba el partido que nos depararon ambos equipos. Lo más parecido a lo que intuía se produjo en los primeros minutos del segundo periodo. Aquello era un asedio a partir del tanto de Ben Yedder. Como había sucedido en el primer tiempo, pagamos factura de un error defensivo. El Sevilla sabe esperar su momento. Su defensa no es muy consistente, pero la pegada hace un daño terrible. Los nombres de siempre, los futbolistas habituales en la resolución aparecieron en los goles encajados. El olfato de Sarabia que ganó la posición con facilidad y los tres tantos del francés de Sarcelles dejaban el partido listo para sentencia al cuarto de hora de la reanudación. En el primer tiempo nos dieron jabón, nos hicieron creer en la posible sorpresa. No estuvimos lejos, pero tras el descanso pusieron en marcha el contador de revoluciones y nos metieron atrás. Jugaban como la gloria bendita. Rulli pedía calma y cabeza, pero allí hacía falta más tensión para despejar balones con fuerza y criterio. Perdimos el balón, el sitio y la capacidad de salir desde atrás. Nadie cogió el toro por los cuernos y para cuando nos quisimos dar cuenta, aquello estaba listo para sentencia con un estoconazo hasta la bola.

Total, que, con cuatro goles de desventaja y los locales efervescentes, la sensación de desánimo fue absoluta. Con ese paisaje, llegaron los cambios para protagonizar una misión imposible. Al entrenador local, Pablo Machín, el culo le dejaba de oler a pólvora (al menos por una semana) y nadie iba a pedir su cabeza en un partido formidable como el que protagonizaban los hispalenses. Aún encajamos otro por mala fortuna y nos quedamos con las ganas de protagonizar una machada. Aquello pasó a convertirse para los locales en una tarde plácida de primavera con olor a azahar, del mismo modo que en la cabeza de los realistas debió sonar como el martillo pilón que aporrea las sienes. Necesitamos con urgencia una aspirina para el dolor de cabeza. Ellos y nosotros.

Con 5-1 en contra, llegó el penalti que transformó Oyarzabal, que sigue siendo fiable (más allá del infortunio del gol en propia meta). Dependemos tanto de él y Willian José que si falta alguno de los dos lo notamos sobremanera, más allá de otras lecturas en las que no voy a entrar. Me canso. Cada vez que hablamos de Champions, Europa League y su santísima madre, nos solemos pegar unas toñas monumentales. Esto no viene de hoy, sino de tiempo inmemorial. Un equipo al que le faltan Llorente, Illarramendi, Willian José, con Januzaj saliente de guardia, es decir cuatro presuntos titulares, lo paga. Guste o no guste. No es buscar excusas, sino vivir la realidad. Dos derrotas consecutivas frente a dos equipos de alto standing.

Decía un entrenador que era mejor perder un partido en el que encajaras cinco goles que cinco de uno en uno. Nos aferraremos a ello. No hay que esperar demasiado tiempo para reaccionar. El viernes llega el Levante. Se hospedará en un hotel sin ruidos y con la esperanza de encontrarse a un equipo atolondrado tras el sopapo de anoche. Toca reinventarse después de un vapuleo inesperado. Decían que el Sevilla estaba tocado, cansado, agotado, que era una oportunidad para dar un paso al frente, ¿que podían notar el partido europeo del pasado jueves?

Iñaki de Mujika