El Beaterio de Iñaki de Mujika

Latas de caviar

La única vez en mi vida que he estado en Moscú se relacionó con una eliminatoria europea de la Real Sociedad frente al Dinamo. Hace de eso diecinueve años, concretamente el 20 de octubre. Terminamos contentos y con victoria (2-3), medio helados y empapados. Los que estábamos en cabina, ni tan mal, pero los que debieron seguir el encuentro a la intemperie llegaron al autobús calados hasta los huesos.

Los viajes europeos son libros abiertos con las páginas en blanco. Están para que las escribas y cuentes al anecdotario correspondiente. Siempre pasaban cosas. Desde un directivo que cantaba en el vuelo de vuelta cuando se ganaba, al que saludábamos con pañuelos blancos al aire, hasta el amplio bagaje de compras inverosímiles que la expedición realizaba. Desde violines hasta bicicletas.

Nos alojamos en un hotel internacional, con clientes occidentales. Al poco de llegar vino a saludarnos un periodista que hablaba castellano. Nos ofreció caviar, en pequeñas latas de cristal, unas de tapa roja y otras con tapa azul (Russian Caviar, se leía en letras plateadas). Los conocedores nos explicaban sobre qué color era mejor. Los precios se diferenciaban bastante. Era martes por la tarde, la víspera del encuentro. No recuerdo cuánto pagamos. Se trataba de hacer una lista de peticiones entre los enviados especiales y quedar al día siguiente para el intercambio.

Paralelamente, a los dirigentes, también les ofrecieron idéntico caviar pero por conducto diferente. Un empresario con negocios en Rusia que les cobró las mismas latas más caras que a nosotros. Cachondeíto, al enterarnos. Llegó el miércoles. Habíamos quedado a la una y media. Puntualísimo, llegó el amplio cargamento. Para evitar problemas, subimos a la habitación de un colega de prensa escrita que me pidió que le acompañara. Sería para impresionar, por si acaso. A esa hora, sonó mi móvil. Llamaban de la emisora para entrar en directo y contar la última hora. Al oír el teléfono, el periodista se pegó un susto de muerte. El móvil era del tamaño de un zapato. Le tranquilicé con gestos y todo llegó a buen término. Pagamos en dólares.

Cogí cuatro latas pequeñas. Dos de encargo; una, para regalar y la última, para mí. No había probado nunca las bolitas negras de beluga. No estaba malo, pero tampoco me cautivó apasionadamente. Sobre unas tostadas con un poco de mantequilla. Sin vodka. Probablemente, si hubiera viajado esta vez a San Petersburgo, hubiese adquirido alguna lata, porque creo que desde entonces no lo he vuelto a probar. Sinceramente, me daba un poco de vergüenza encargarlo a cualquiera de los expedicionarios.

Vivimos más experiencias. Compré un sombrero ruso que aún guardo, con orejeras, y que me lo he puesto alguna vez, cuando el termómetro decide no moverse en el crudo invierno. Desde luego te quita el frío, pero no pasas desapercibido. Llama la atención, por el tamaño.

Luego está la historia de los partidos. Ahora, existen vídeos e información para detener un tren. Antes, no. Las imágenes llegan de forma habitual. Los clubes envían a su gente para recabar la mayor amplitud de datos y es complicado que te pillen por sorpresa. Se afrontan los partidos con muchas referencias sobre el modo de comportarse un equipo. El Zenit, con los números en la mano, se presentaba con una tarjeta de visita impecable: líder de su liga, rico en goles a favor, espléndido en la zaga y una goleada de escándalo en el debut europeo en Macedonia.

Estábamos avisados de sobra. El Zenit no era una perita en dulce ni por aproximación. El debate se centraba en ir con todo o modificar los actores de un guion conocido. Eusebio aligeró carga y otorgó galones a Rubén Pardo y Jon Bautista, titulares por primera vez desde que comenzó la temporada. Rotaciones, gestión de esfuerzos y reparto de minutos. Contado así, decisión normal.

Os hablaba de las latas de caviar. En esta ocasión el lote es de anchoas, porque los errores de ayer fueron clamorosos. Nos hacen goles desde los vestuarios. Cuesta mucho entender la jugada del primero, mucho más la del segundo y también la del tercero. Tres regalos, adiós partido. Aún, ellos estrellaron un balón en el palo. Cinco tiros a puerta, tres tantos en contra y una madera. No hay equipo que lo resista. Llevamos encadenados un montón de partidos en los que encajamos tantos con una facilidad portentosa. Ganamos la posesión, también los lanzamientos desde la esquina, pero poco más.

Lo fácil sería sacudir estopa a diestro y siniestro. Sin embargo, sé de sobra que en menos de dos días llega un equipo en forma antes del parón. Contaremos entonces con dos semanas para recomponernos, recuperar enfermos y lesionados. Necesitamos la victoria como el comer tras enlazar cuatro derrotas consecutivas. El Betis goza de buena salud. Ganarles es un objetivo irrenunciable. Setién y Eusebio se conocen. El técnico realista diseñó el partido y la alineación de Leningrado pensando en el encuentro frente a los andaluces. Cita de pan y mantequilla. Y si se animan y le ponen un poco de caviar, todo será menos amargo. Lo de anoche descorazonó.

Iñaki de Mujika