El partido de La Rosaleda era un marrón para la Real en toda regla. Tristemente, muchos pensamos que nos la podíamos pegar. Se encontraba, sin comerlo ni beberlo, en medio de un colosal cabreo de los aficionados contra los rectores del club andaluz. No les gusta nada la gestión que se hace del equipo, la formación de la plantilla y todas esas cosas que te condenan a Segunda. Vi el partido de los malagueños contra el Levante, del mismo modo que el gol que encajaron en la prolongación y que les condenó a la pérdida de categoría. Desde ese momento pensé en el partido de ayer y en todo lo que podía rodearle.
Recuerdo hace muchos años estar en Jaén, cuando los jienenses militaban en Segunda, en un partido de Copa. Las cosas les iban muy mal. El palco del antiguo campo de La Victoria era un hervidero. Los seguidores estaban en contra de los directivos. Se volvían hacia ellos y les increpaban. No era fácil estar allí. En un ataque local con oportunidad de gol, los dirigentes aprovecharon para salir de estampida, desaparecer y evitarse un mal trago. No nos dimos cuenta de la maniobra y cuando lo hicimos estábamos, tres gatos visitantes, solos ante el peligro. Cuando pudimos, desaparecimos como por ensalmo. ¡No fuera a ser que nos tocaran regalos de la tómbola sin comprar boletos!
En la propia Rosaleda, no hace demasiados años, pasó algo parecido. El triunfo fue espectacular (1-5), lo mismo que la bronca. Dos goles de Kovacevic, otros tantos de Nihat y uno de Mikel Labaka, quien con los años repetiría. Ese campo, hasta ayer, se le daba bien al azpeitiarra. El público furibundo no perdía de vista el palco de autoridades. Por lo general, no distingue quiénes son unos y quiénes los otros. Algún consejero realista pasó un mal trago. Aguantó con estoicismo la algarada y no respiró tranquilo hasta que Pérez Burrull pitó el final. Es decir que el camino está plagado de turbulencias y surgen donde menos te lo esperas.
El Málaga afrontó el partido en medio de un soberano trajín. Un par de días antes comparecieron jugadores y técnicos ante los medios para pedir perdón, agradecer los apoyos y comprometerse a recuperar cuanto antes la categoría perdida. Una puesta en escena tan necesaria como poco trascendente. Al seguidor le puedes decir misa que, como esté de mal gas, no se para en miramientos. Por eso, entre la hora del partido, cuatro y cuarto, pegando el sol de lo lindo, con el ambiente patas arriba, el papel de la Real no era fácil, porque convivir con un rival tocado, herido, hundido, no es lo más aconsejable. Tarde de sol y moscas. ¡Peligro garantizado!
Era, desde luego, una formidable oportunidad para hacer más grande aún la actuación y el resultado logrado ante el Atlético de Madrid. Sumar tres puntos sonaba a regalo, un deleite para los seguidores una semana antes del derbi. Decidió el técnico una revolución con un montón de cambios. El más significativo otorgaba protagonismo a Imanol Agirretxe, brazalete de capitán incluido, que no era titular en liga desde la victoria ante el Levante. La mayor parte de titulares del jueves ocupó plaza en la bancada. Y fue entonces cuando la paleta de colores nos enseñó la amplia gama de marrones. El equipo desapareció y volvió a recientes situaciones que no quiero recordar. Los datos a veces dan escalofríos. Según la estadística oficial, el equipo no cometió una sola falta y tardo sesenta minutos en sacar desde la esquina. Números muy pobres ante un equipo que suma cinco victorias en el campeonato, dos contra nosotros. Un equipo, descendido a Segunda, al que no hemos sido capaces de marcarle un gol. Podríamos seguir en la letanía decepcionante. Lentos en la circulación del balón, sin chispa, con nulo sentido de la anticipación y con la sensación de que si el encuentro dura tres días, todo seguiría igual. Valoro el esfuerzo de los compañeros que deben puntuar el juego individual de los protagonistas, poner notas y elegir al mejor.
Cabe preguntarse cómo es posible que un equipo cambie tanto en tres días. Posiblemente, no haya respuestas convincentes. Lo fácil sería echarle la culpa al técnico por elegir a unos en lugar de a otros. Los cambios que propuso sobre la marcha tampoco variaron el panorama. Cuando no estás, no estás y además no se te espera. Imanol gestiona el grupo como lo considera oportuno. Decide alineaciones, juego y cambios. Ayer su gente quebró la racha. Primera derrota bajo su mandato y primer partido en el que se encajan tantos. Cuando se habla de la séptima plaza, de las quimeras, de llegar a Europa montamos un pollo considerable y la ilusión se va a hacer puñetas en un santiamén.
La cita en Málaga era peligrosa, porque podía desembocar precisamente donde terminó. Alegres, contentos, eufóricos el jueves por la noche. Ahora tocados, pero no hundidos. El calendario ofrece nuevas oportunidades. Volvemos el sábado, a esa hora infame de las cuatro y cuarto. Llega el derbi entre dos equipos que no han sacado buenas notas en la competición y que, salvo el prurito de ganar al eterno rival, no hay mayores conquistas en el horizonte. Hay domingos y domingos. El de ayer fue triste, porque a la derrota de los realistas se unió, un poco más arriba de La Rosaleda, la final de copa perdida por el Bera Bera. Aquella no fue una tierra de promisión, sino un brochazo marrón que nos pintó la cara de chasco y desencanto.