La profesión que me ocupa es maravillosa. Permite conocer gente y gente y más gente. Muchos de ellos son deportistas que se curten en solitario o al abrigo de los equipos en los que compiten. Salvo que sean futbolistas, el resto apenas si cuenta con protagonismo y reconocimiento público, mediático y social.
Descubrí hace tiempo que todos merecen la pena y que de ellos se aprenden muchas cosas. Ayer, cuando Markel Alberdi realizaba el saque de honor en los prolegómenos del partido de Ipurua, miré hacia atrás, tratando de rebobinar los momentos más significativos del camino compartido. Recuerdos unas navidades de hace no muchos años. La tradicional competición de natación. Subió al podio y le descubrí. No tenía ni idea de su existencia ni lo que para él significaba el deporte que practica.
Le localicé en su cuenta de Facebook. Le envié un mensaje y contestó de inmediato. Ahí comenzó todo. Pronto una primera entrevista, luego otra y así, paso a paso, hasta el momento. Es seguro que leerá este beaterio y que probablemente me mate por lo que voy a contar, pero necesito hacerlo para que descubráis a la persona antes que al nadador.
La última carta que recibí de un deportista fue de él. Manuscrita. Dos folios, con tres fotos y un emoticono guiñando un ojo. En el sobre, además, un traje de baño diminuto, el suyo, con el que había logrado uno de los éxitos que tanto le costó alcanzar. Guardo la carta como un gran tesoro y estos días la he leído unas cuantas veces. Obviamente no puedo, ni debo, escribir el contenido de la misma pero os aseguro que no hay tinieblas. El bolígrafo azul habla de esfuerzos, de sinsabores, de motivación, de subidas y bajadas, de la vida, de las paredes de su habitación?
Este chico que ostenta el récord estatal en la distancia de 100 metros puso el listón en 49.18 un día en el que tocó la campana como siempre que se consigue una marca jamás alcanzada. Agarró las argollas e hizo sonar el badajo hasta que acabó exhausto, porque en aquella conquista se mezclaban miles de horas de entrenamiento, de sinsabores. Ese día no ocultó la sonrisa permanente que le acompaña, incluso cuando la procesión no avanza.
Es probable que de todos los futbolistas que le hicieron pasillo y le aplaudieron, casi ninguno sepa nada de él, ni lo que supone su profesión, ni cómo es la persona. Muchos días se ha levantado a las seis de la mañana y en la piscina en la que entrenaba hacía largos a oscuras durante horas. Luego, a clase y a la tarde vuelta a la piscina. Así un día tras otro, para mirar al reloj y soñar con la centésima rebajada. Para mejorar el crono, le han puesto aletas, le han atado con cuerdas, ha trabajado contra corriente. Le gustan las piscinas largas, porque en las cortas hay que virar más y eso le cuesta. La patada en la pared no es lo suyo y en ese gesto dispone de margen de mejora.
Lleva cuatro cursos con una fijación que se llama Río de Janeiro. Los años olímpicos son una perdición para miles de deportistas de todo el mundo. Él no es una excepción. A esta hora trata de superar todas las dificultades, propias y ajenas. Ayer por la mañana entrenó en Madrid, viajó a su casa de Eibar, hizo el saque de honor y ya está de vuelta. No hay tiempo que perder, ni entrenamiento al que faltar. Esa es hoy su vida.
Hace unos días me comentó que le habían propuesto sacar de centro. Estaba feliz e ilusionado por esa posibilidad. Le gustaba ver a la Real en Madrid. Fue al Bernabéu. Pagó 70 euros por una entrada a la altura del cielo para ser testigo de una derrota (5-1). En el mismo campo también al Eibar, pero esta vez consiguió una invitación porque la caja de un nadador no está para despilfarros. Sólo caben telarañas. Por eso, en el nervioso caminar sobre la hierba se mezclaban el sonido fuerte de los aplausos, el cariño de la gente, pero también el pánico a pegarle mal a la pelota: “Iñaki, jugando al fútbol, soy malísimo”.
Os aseguro que todo lo que le pasó ayer fue un complejo vitamínico de primera magnitud para su proyecto personal, para el intento de formar parte del equipo de relevos 4×100, si la Federación se decide a llevarlo a Río. Es un empujón hacia el lado bueno. Lo necesitaba. Se la va a jugar en las próximas semanas y seguro que los recuerdos de ayer le acompañarán en los momentos de la brazada decisiva. Se lo merece como el que más.
Luego, está el partido de la jornada 33. Es muy probable que la Real se pregunte a esta hora por qué lo perdió, después de ponerse en ventaja y jugar muy bien bastantes fases del encuentro. Los goles en contra le cayeron como una losa, porque además vinieron como producto de sendos errores que los azulgranas supieron aprovechar. Faltó determinación en defensa y también en ataque. El encuentro lo pudieron sentenciar, pero, también en el fútbol, el que toca la campana es el que gana.