Celebraba las fiestas de Santiago en una población de la Ribera Navarra hace ya unos cuantos años. Invitados por amigos, nos dejamos llevar. Allí donde fueres haz lo que vieres, pero no digas nunca no, porque no te dejarán hacer tu santa voluntad sino la de ellos, que es generosa y dan todo lo que tienen. Y más. Las horas del día y de la noche las pasamos en un pienso. Desayuno, almuerzo, comida, merienda y cena. Sin tregua ni descanso, platos y pucheros hasta reventar.
Llegan unos y traen las ensaladas y los embutidos, otros el bacalao ajo arriero, los siguientes las chuletillas de cordero y las pochas? Hay vinos tintos y claros, templados y fríos. Las calles del pueblo sirven para instalar mesas largas, con manteles de papel, platos y cubiertos de verdad. De blanco y rojo ataviados, dan la orden de salida y comienza el espectáculo. Al poco, las canturriadas y no sé cuánto tiempo después el café de puchero, la copa, el puro barato y la conversación animada. Tiran mucho de argot y de lenguaje expresivo. Una de las frases emblemáticas, inolvidable, es rotunda y se refiere a quien le caen todas encima, se las busque o no, como el “capacico de las hostias”.
El último entrenador de la Real se las llevó todas. Mientras Jagoba estuvo en el banquillo, sirvió de parapeto al equipo y los jugadores dispusieron de un enorme escudo protector porque, como tantas otras veces, las miradas y las críticas apuntaban al banquillo y este se rompió. De eso han pasado unos cuantos días. Y si es verdad que la semana anterior al cese ya estaban buscando sustituto, entendemos que se pegan una jartá de darle vueltas al coco, estrujándolo hasta decidir, y negociando en la lengua de Shakespeare para conseguir lo que pretenden o en castellano madrileño con pinceladas andaluzas por si falla lo primero.
En todo ese tiempo Santana-Alguacil llevando la gestión del colectivo inerme y afrontando el partido de ayer frente a un rival que no te da la hora aunque se la pidas por favor, mientras los nuestros acostumbran a regalar el reloj. Significativas comparecencias en la mesa de las declaraciones y muy poquito, pero que muy poquito, cariño hacia el entrenador cesado. Hubiera sido hermoso que asumieran la parte, no pequeña, del fracaso agradeciendo al entrenador fulminado el comportamiento que tuvo con ellos. Y eso no tiene nada que ver ni con las capacidades, ni con los errores, ni con la idoneidad, ni los aciertos, ni los desaciertos.
Y como esa historia está terminada, habría que referirse al partido ante los colchoneros que no era fácil, porque saben de sobra a qué jugar y cómo apurar al contrario hasta apachurrarlo. Con Canales en la grada, Granero en el doble pivote, y Txarly en el flanco diestro, el equipo inicial fue un conjunto reconocible, con delantero centro incluido. Alineación nueva para mantener esa constante de once partidos, once equipos diferentes. El comienzo fue, como tantas otras veces adverso, y es posible que todos pensáramos que más de lo mismo tras el gol de Mandzukic, pero esta vez sin el parapeto y con muchos minutos por delante.
Apareció Vela y toda la corte celestial. Lo mismo que Agirretxe que tuvo una formidable en el primer tiempo y aprovechó otra espectacular para hacer justicia y dejar sin influencia el rosario de errores del árbitro que se tragó por lo menos dos penaltis con la connivencia de sus respectivos ayudantes, incapaces de decirle la verdad y mandar el balón a los once metros como hubiera debido ser. Luego, la lluvia de tarjetas y la sensación de que la Real volvía por sus fueros más allá del resultado.
Atrás apenas se cometieron errores y se actuó con solvencia, en la zona ancha la gente se multiplicó y los de arriba tocaron pandereta con sabor a zortziko y a ranchera. Sumados los puntos cabe preguntarse y esperar. ¿Por qué este equipo, capaz de demostrar lo que hizo ayer, se diluyó en los partidos precedentes? Los mismos, aunque diferentes. Pregunta sin respuesta. O con muchas respuestas. Y felicidad merecida para Asier Santana e Imanol Alguacil que supongo vivieron la semana con mucha preocupación y encontraron en la victoria el premio a su fidelidad.