Fijaba mi atención ayer en los banquillos porque se sentaban dos entrenadores absolutamente diferentes. Ambos se dedican a lo mismo, pero difieren bastante en la interpretación del juego, en la formación personal y en los caminos que eligen para conseguir la victoria. Marcelino y Moyes se parecen lo mismo que Lola Flores y María Ostiz. ¡Las dos cantaban, pero eran tan diferentes! Quiero con ello decir que los clubes, a la hora de elegir técnico, disponen de un abanico amplísimo de posibilidades.
Pueden atender a la edad que se relaciona con experiencia y trayectoria. Pueden fijarse en la formación, en el estilo de juego, en el liderazgo, en la propuesta futbolística, en el temperamento, en la forma de transmitir y comunicar, en el manejo de los grupos. Los parámetros son generosos y acotarlos parece complicado. Dependerá siempre de los gustos de quien deba decidir, así como de las intuiciones.
Un día un gerente de club, no euskaldun, me llamó para preguntarme por entrenadores vascos para su equipo. Habían decidido que fuera de este territorio. Le di mi opinión y le sugerí un técnico joven sin mucho pedigrí que por delicadeza ahora no voy a escribir. Su respuesta inmediata: “Y ese quién es. No le conoce nadie. Aquí queremos nombres”. Por tanto, les importaba un bledo el nivel de conocimiento y sus capacidades. Querían uno mediático con el que contentar a la masa y a los medios de comunicación más allá de que fuera capaz de sacar al equipo, que antes estaba en Primera y hoy está en Tercera.
Cuando Aperribay optó por Arrasate, unos creyeron en la opción como alternativa de valor y otros se llevaron las manos a la cabeza, lo mismo que en el caso que nos ocupa. Es imposible contentar a todos porque la idea de fútbol de uno y otro es diametralmente opuesta. Igual que las declaraciones de los futbolistas antes y ahora. ¡Para mear y no echar gota! Esta misma semana, debe ser porque estamos en Navidad y hay que escribir la carta al Olentzero, al Papá Noel o a los Reyes de Oriente, un jugador se sentó en la mesa de las preguntas y respondió: “Nos ha pedido intensidad, que seamos fuertes atrás y que arriba marquemos las ocasiones”. ¡Ahí queda eso!
Uno con los años se va haciendo mayor y lo relativiza todo después de analizarlo y darle vueltas hasta marearme. Antes me gustaban los entrenadores de un tipo, los resultadistas que dirigían equipos contundentes, de juego directo y rocosos. El famoso punto que te regalaba la federación y no podías perderlo. Sin embargo, cuando ganar supuso sumar de tres en tres, fue necesario un cambio de tendencia que se implantó con la llegada de entrenadores jóvenes, bien preparados, valientes, que variaron los criterios de selección de futbolistas para la puesta en práctica del mejor juego.
La lista de innovadores es larga. Su presencia mandó a la jubilación a muchos santones que se aferraron a las viejas ideas y se apalancaron con ellas. He escrito muchas veces que un día descubrí en un partido televisado a Klopp, el técnico del Borussia de Dortmund. Mi pasión desde entonces. Tendrá, como todos, sus cosas porque los entrenadores son raritos hasta decir basta. Lo está pasando mal, le faltan jugadores por traspasos y lesiones. Ocupaba plaza de descenso en la Bundesliga, aunque en la Champions arrasa. Jugó el viernes contra el Hoffenheim. Ganaron por la mínima, pero debieron golear. Sufrieron como bellacos, pero al final les valió el gol de Gundogan que jugó un partido para enmarcar. Al terminar el encuentro, todos se abrazan con su entrenador y éste con sus ayudantes de manera indescriptible y emocionante. Esa fortaleza interna, con el grupo cohesionado, contagia, construye y determina.
Me encantaría que pudiéramos llegar hasta ese punto, pero creo que estamos muy lejos. Faltan liderazgo y decisiones. El partido de Villarreal fue una pelea por no perder y defender el empate sin goles y luego, roto el objetivo, un desastre en toda regla del que no se salva ni el apuntador. Ni un solo rayo de optimismo y demasiadas incógnitas que por el bien de todos deberán ir resolviéndose. Para eso, supongo, eligieron a este técnico que tiene tarea por delante. En la otra orilla, un equipo sin fisuras que juega a otra cosa que remata, mete goles, crea ocasiones y hace felices a sus seguidores. Sana envidia.