El derbi pasó por Anoeta sin pena ni gloria. El encuentro no transmitió otra cosa que actitud colectiva y miedo a perder, además de la incertidumbre del marcador hasta el final. Lo mejor, los goles de Vela y Oscar de Marcos, a los que debe unirse la aportación valiosa del lesionado Markel y un partido muy por encima de lo habitual de Iñigo Martínez. Pocos riesgos y la sensación de atasco generalizado en la línea de muchos de los encuentros que se juegan hoy en Primera División.
Decidí ver el Córdoba-Levante porque los granotas son el próximo rival en la liga y quería saber cómo se mueven ahora de la mano de Lucas Alcaraz. Misión imposible. No hay humano que aguante un partido así noventa minutos, por muy seguidor que seas de cualquiera de ambos conjuntos. Desde que se inventaron los canales de televisión y nos dieron incluido un mando con el que zapear, solucionamos pronto el aburrimiento.
Por aquí y por allá tratando de elegir algo más atractivo. Detuve el recorrido sobre una pista de hielo en la que competían los mejores patinadores. El objetivo era consolidarse y ganar el Grand Prix que se disputaba en Barcelona. Coincidí en el tramo final cuando aparecen los mejores. Y en medio de ellos, un japonés que acaba de cumplir 20 años: Yuzuru Hanju.
Me tiene ganado para su causa. El chaval es hoy campeón olímpico, campeón del mundo y ganador de esta última cita. Lo borda. Vuela por el aire y gira sobre mismo como quien estornuda. La gente se apasiona ante el espectáculo y gana todo pese a la competencia de los Fernández, Boronov, Kovtun, Mura o Machida que terminan por reconocer su superioridad y le aplauden. No queda otra.
Le da igual. Nivel de concentración máximo para desarrollar un programa que se sabe de memoria y que incorpora toda la gama de cuádruple Salchow, cuádruple Toeloop, más el triple Axel, el triple Lutz y lo que haga falta hasta poner el tenderete boca arriba. Esta vez eligió El fantasma de la Ópera como música de fondo para patinar con una madurez insultante.
Tuve además la suerte de verlo repetido ayer por la mañana y deleitarme con semejante exhibición de poderío. Cara de niño, pero madurez a prueba de bombas. Trabajo y entrenamiento para desarrollar las cualidades innatas que alguien le enseñó algún día a destaparlas, sin miedos ni perjuicios. Junto a él un gran entrenador, Brian Orser, que disfruta y se emociona al mismo tiempo. Receta fácil, elemental: connivencia entrenador-deportista, proyecto solidario entre ambos y a tirar millas.
Dicen que en el deporte está todo descubierto. En el fútbol, más. Posiblemente, pero ponerlo en práctica y elegir lo conveniente debe ser tarea harto complicada. Ayer nos tocaba un derbi. Lo jugaron 27 futbolistas. Si te pones a analizar procedencias, recorridos, eficacia y trascendencia en el juego, encontrarás un abanico enorme de variables con muchas decisiones adoptadas en el camino. Quizás con otros técnicos, algunos no hubieran llegado nunca a Primera División, pero la suerte les acompañó en el momento decisivo y les puso delante la opción de triunfar. Es cuando entran los factores no entrenables que se relacionan con la cabeza y el corazón.
Leí estos días La ansiedad de Enrique Pallarés porque trato de encontrar respuestas al comportamiento extraño del equipo que nos ocupa, que pasa del cielo al infierno en un santiamén, lo mismo que su estado de ánimo. Tras un primer tiempo esperanzador, un segundo de preocupar hasta que los rojiblancos se quedaron con uno menos. Minutos de asalto, sin convicción ni confianza, ambas necesarias para imponerse. Por eso, me cautiva el patinador nipón.