El Beaterio de Iñaki de Mujika

De las costumbres a los ridículos

Cuesta hacer crítica de situaciones más o menos folclóricas, cuando en París se produce un atentado salvaje con un montón de muertos que conmocionan a la sociedad gala. Los franceses se hacen preguntas que, probablemente, se queden sin contestar.

Digo esto, porque también cuestiono cosas aunque de infinita menor enjundia, pero que parecen a simple vista inexplicables. Tenemos un nuevo entrenador que trae sus costumbres del fútbol que ha mamado, pero que no coinciden con las que va conociendo desde que llegó aquí y que no termina de valorar en su justo término.

Ante el encuentro de ayer optó por comunicar que llevaba diecinueve jugadores a tierras castellonenses, pero no daba sus nombres. Lo hubiera tomado como inocentada si la decisión se hubiera adoptado el pasado 28 de diciembre. Parece aún menos comprensible si, a la llegada del equipo al hotel, hay aficionados con su cámara de fotos que toman instantáneas que nadie impide y que se cuelgan en las redes sociales.

Supongo que a alguien de toda la corte de ayudantes de la que dispone, o del alto mando de la entidad, se le habrá ocurrido decirle que aquí las tradiciones son otras y aconsejarle en el camino correcto. Es bueno abrir la puerta de Zubieta para que vayan los niños, saluden a sus ídolos y firmen autógrafos, porque esos o sus papis son los que luego compran las camisetas y se dejan los euros en la tienda. Y que además por evitarse absurdos desencuentros con la prensa, sería bueno que normalizase algunas cuestiones que sorprenden y no ayudan.

Si en la víspera de cada partido opta por considerar la convocatoria como el secreto de la corona o el tesoro de Guarrazar, perderá credibilidad. Y en una situación en la que es necesario caminar en la misma dirección, aunando fuerzas, para alcanzar objetivos, bueno será que no colabore con la dispersión.

Además, guardar secretos suele ser imposible. Ayer al mediodía se tuiteaban nombres de ausentes y presentes en el partido de El Madrigal. En las redacciones se sabía que habían viajado los filiales Aritz Elustondo, Bardají y Hervías y que no lo habían hecho ni De la Bella, ni Vela, ni Zaldua, ni Rulli, ni Zurutuza, ni Estrada. ¿Qué faltaba? Descartar al sobrante y hacer oficial la alineación, es decir, lo de todos los domingos a la misma hora y en distinto lugar. Demasiada mojiganga y fruslería que no llevan a ninguna parte.

Lo que cuenta de verdad es lo que sucede en el terreno de juego. Una eliminatoria de Copa es una oportunidad. O dos. Afrontarla de verdad con todas las consecuencias o tirarla con disimulo más allá de las palabras que suenan bonito y que chocan de bruces con la realidad que determinan las alineaciones, el juego desplegado y el resultado. De estos tres parámetros, el primero no se comenta, el segundo es discutible y el tercero no admite dudas. La Real de anoche con el balón en los pies desquició. Dio más pena que miedo en su concepción ofensiva, incapaz de jugar el balón y de crear una sola ocasión de gol. El resultado, aun perdiendo, fue lo menos malo o lo mejor, porque otorga opciones en el encuentro de vuelta, aunque para ello necesitará jugar más y tratar al balón con cariño, como si fuera una novia, y no a baquetazos.

El Villarreal me gustó de nuevo, en la medida que es un equipo trabajado que sabe a lo que juega y explota los momentos. Marcelino decidió un equipo con el que afrontó el primer periodo. Algo así como un pulso sin punch, una especie de amistoso entre alumnas de las jesuitinas y las franciscanas, que en Zaragoza se conocen como las Pacas. A medida que el partido desgastó, aparecieron las vedettes: Bruno, Cheryshev y Vietto. Suficiente para romper la igualdad y crear ocasiones que, afortunadamente, se quedaron en eso. Si llegan a acertar, nos meten un carricoche que hubiera convertido el partido en un ridículo manifiesto. Se quedó en amago y concede oportunidad de remontada.

Iñaki de Mujika