El Beaterio de Iñaki de Mujika

La pregunta puñetera

Dicen que un artículo debe iniciarse conforme a los cánones tradicionales, es decir, construir la primera frase con sujeto, verbo y predicado. Por mantenerme fiel a las normas, la pregunta que deseo formularte la escribo aquí. Iniciar el texto con una interrogación hubiera supuesto una transgresión al buen estilo. Al menos, eso dicen los puristas. Y como la pregunta es algo puñetera?

Va dirigida a todos, incluso a mí mismo: ¿Qué pensaste cuando el Sevilla se adelantó 2-3 en el marcador, remontando dos veces el tanteo adverso y a falta de doce minutos para el final? Lo imagino. Los andaluces nos estaban dando un meneo considerable, llegaban por muchas partes y la sensación que ofrecía el equipo de la jalea era más de fractura y descosido que de remontada heroica.

Aparecieron los fantasmas y las aseveraciones acuñadas en el tiempo: nunca hemos ganado sin Carlos Vela, nunca hemos ganado un partido a las doce desde que subimos a Primera, nunca tenemos un árbitro que se equivoca para nuestro lado, nunca creemos que los milagros existan, nunca?

Revivo el tiempo en el que un alumno de tercero de BUP, de nombre Javier, afrontaba los exámenes. Parecía que copiaba. Recuerdo que le vigilaba de cerca y de lejos, que le ponía trampas y celadas, pero que no le pillaba nunca. Corregías los ejercicios y aprobaba. Así un trimestre y otro, hasta que llegaron los finales. Era un examen de literatura que se realizaba en un auditorio con muchas filas. La distancia entre alumnos era grande y pudiera decirse que era imposible hablarse y distinguir lo que escribían unos y otros.

Prueba larga, de casi dos horas. Folios y folios escritos. Javier lo hacía con letra grande, visible y fácil de leer para el corrector. Me fijé en él mil veces, bajo la sospecha de que engañaba, pero con el mismo resultado de siempre. No fue de los primeros, tampoco de los últimos, en entregar el ejercicio. Cuando lo hizo, le hice otra pregunta, igualmente puñetera. Dime la verdad, ¿copias? El chaval, moreno y de cejas arqueadas, sonrió, guardó silencio y me deseó felices vacaciones con un apretón de manos.

Han pasado casi 40 años de aquello y sigue en la mente como si fuese hoy. Por supuesto, aprobó. No he vuelto a saber nada de él, pero le recuerdo y muchas veces entiendo que le fallé. Por dudar y por no reconocerle ni el mérito ni el esfuerzo que ponía en el trabajo. Aprobaba, sin ser un alumno brillante, por constancia. Virtud enorme que creo ha ido cayendo en desuso.

Eso mismo pudo suceder ayer. Cuando todo parecía imposible, apareció el ramalazo de entusiasmo. No cabía otra. Por juego y por táctica no ganábamos. Solo por fe.

Emery diseñó un partido de 90 minutos con catorce futbolistas, equilibrando jugadores y esfuerzos, dos días y medio después de dejarse la piel en la Europa League frente a los alemanes del Borussia. En sus cálculos no estaba encajar pronto un gol, pero antes del descanso las cosas volvieron a su ser para ellos. Kolo neutralizó el tanto de Agirretxe en dos jugadas en las que las defensas tocaron la bandurria.

Como el árbitro no quería desentonar, sacó la suya al inicio del segundo tiempo y a partir de ahí todo fue un tratado de despropósitos individuales y colectivos. Los sevillanos nos regalaron la presencia de Denis Suárez y el chico jugó como los ángeles. Su equipo lo notó y puso al rival contra las cuerdas. Balón parado de Bacca y penalti de chichinabo para que las ilusiones locales se fueran al traste. O eso parecía.

Dos penaltis, dos goles de balón parado, otro en propia meta, un poco de jolgorio, otro poco de orgía y quintales de fortuna. Victoria, sí. ¿Merecida? No sé. ¿Fue el equipo mejor que otras veces y resolvió los viejos problemas, jugó mejor y dio sensación de fortaleza? Ya te he dicho que hay preguntas puñeteras.

Iñaki de Mujika