No sabéis qué gusto da ver a la gente en manga corta asistiendo a un partido de fútbol. ¡Lo añoramos tanto! Pegaba el sol de lo lindo en las gradas de Mestalla con los termómetros alcanzando los 20 grados y ni una sola nube en el cielo valenciano. ¡Qué envidia de solet! La misma que sentí el sábado por la tarde cuando amigos y conocidos me enviaban mensajes preguntando por sitios para comer o cenar.
Les mandé a la playa para que disfrutaran de la vista y el arroz a banda de La Marcelina. Si no se animaban a pasear entre arenales, les recomendé Casa Roberto, en uno de cuyos comedores sentamos posaderas el último viaje que hice a orillas del Turia, aunque en plan así de morro fino y para una vez que iban no hubiera estado mal una vueltita por Casa Ximo. Se come muy bien y la distancia entre mesas es suficientemente amplia como para que los de al lado no se enteren de lo que hablas salvo que vociferes. Es decir, se puede rajar sin que te oigan.
No dieron más señales de vida, así que hoy trataré de indagar a ver qué decidieron finalmente. Coincidieron, al llegar, con una mascletá monumental, esa traca que paraliza la ciudad, trastorna las meninges y deja sordo a cualquier humano que se acerque a la polvareda. Es necesario ser valenciano para entenderlo, porque la gente se apasiona, emociona y se contagia. Hasta tal punto que las toneladas de pólvora que se utilizan producen tal emoción que hasta la alcaldesa del lugar tartalea. ¡Caloret!
Allí cuentan con un pedazo de equipo, reconvertido por la millonada de un señor de Singapur que ha tenido a bien comprar la entidad, reflotarla y apuntar a éxito desde la reconstrucción. Cimientos poderosos para concluir la obra del nuevo estadio y conseguir el mejor plantel posible con el que competir en igualdad con los mejores y ser como ellos. Les va bien. En su feudo no hay quien les hinque el diente y lejos de él, nubes y claros. La suma de todo les sirve para aspirar a cotas de premio y ofrecer una envidiable versión.
A esa feria llegó Moyes acompañado de su carromato. Con Zaldua y Chory en casa, haciendo turno en la santa camilla de los masajes con el resto de lesionados. A saber, Carlos Martínez, Mikel González, Zurutuza, Carlos Vela y no sé si alguno más. Es decir que a poco que pasen cosas en la misma dirección, pasamos de sexteto a otxote. Todos pueden ser titulares y ninguno estaba a disposición de su técnico.
Pese a las ausencias, diseñó un equipo digno y cumplidor en el primer tiempo con Elustondo el mayor en la zona ancha y con el menor en el lateral derecho. Los primeros 45 minutos fueron capaces de competir en igualdad, sin sufrir en su puerta, ni hacerlo en la contraria.
Más tarde, en una jugada de cierto infortunio, se abrió la lata y hasta luego Lucas. No tardaron tres minutos en hacernos el segundo y acabar con las ilusiones que pudiera haber en el seno del equipo. Apretó el Valencia el acelerador y en muy poco tiempo sentenció. Faltaron resortes para responder y confianza para intentarlo. Mediodía paradisiaco para Diego Alves que no necesitó detener un solo balón y soberano aburrimiento de Imanol Agirretxe al que no le llegó siquiera un balón playero de Nivea de los de toda la vida para decir que él estaba allí.
Como quiera que los tres últimos de la clasificación ya habían perdido para cuando el partido de Mestalla se iniciaba, el duelo con pan fue menos y entiendo que a estas horas de la película nadie se va a rasgar las vestiduras por perder ante el Valencia en su feudo. Llevamos sin ganar lejos del nuestro desde tiempo inmemorial. Meses sin conseguirlo. Algún día se romperá la racha pero no sabemos cuándo. Lo mismo que llegará el día en que se quitarán la venda quienes la tienen puesta y se empeñan en defender lo indefendible.
La próxima estación nos trae al Espanyol. Los pericos deben resolver entre semana el contencioso copero ante el Athletic. Cuanto más se desgasten y más cansados nos visiten, mucho mejor. A ver si llegamos a los 30. Así, con los menores sobresaltos posibles, paso a paso, poquet a poquet.