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Como la `”caipirinha”, pero sin azúcar

Confieso ante esta feligresía que ayer pedí a dos de nuestros futbolistas su camiseta para incorporarla a mi colección de reliquias. Ninguno me la dio, porque lo tenían prohibido. Todo se hizo tan deprisa que sólo hay un juego y conviene que esté completo, no vaya a ser que en próximas semanas volvamos a vestir de esta guisa y salgamos incompletos. No es cuestión de tirar de muestrario, pero de esto, sinceramente, no habíamos tenido.

Lo más cercano sucedió en Oviedo, en el antiguo Carlos Tartiere, "regnante Boronat". Salimos de verde, por primera vez, y nos metieron un carro, una manita de cinco. Nunca más volvimos a vestir aquel terno, porque los jugadores no querían ni verlo. Desapareció camino de Papua Nueva Guinea, o más lejos. Los futbolistas son maniáticos y raros hasta decir basta. Si Luis Arconada hubiera defendido ayer la portería realista no salimos con esa camiseta ni hartitos de grifa. ¡El amarillo, para el parchís!.

Así que con el recuerdo de Oviedo, en donde por cierto unos cuantos pusimos velas en la catedral y no nos valieron de nada, y con el "yuyu" del amarillo, miré de reojo a los nuestros por ver si tenían noticia de esas realidades antiguas y se reunían en akelarre ahuyentador de malas artes. El equipo me recordó a la "caipirinha", con lima y limón. Faltó hielo para la calurosa tarde de Castellón y azúcar con el que endulzar un partido horroroso.

Todo lo contrario que en Córdoba en donde Dios nos vino a ver, porque el equipo jugó uno de los mejores partidos, allí donde manda un "arcángel" y logró tres puntos que le rearmaron de moral y confianza para empresas futuras. La interinidad del míster se ha convertido en consagración definitiva y "el ilusionante marrón" le come las entrañas a 120 pulsaciones por minuto. El entrenador sufre en el ejercicio de su profesión, cuando el árbitro pita y la pelota echa a andar.

Tanto en su comparecencia pública tras el debú en tierras andaluzas, como en la previa del partido de ayer en Castalia, Eizmendi ha hablado de sus futbolistas y del grupo que constituyen. Incluso no dudó en afirmar que su mayor fracaso vendría dado por una hipotética fractura del equilibrio anímico que vive el vestuario.  Sabe de sobra que los éxitos finales llegarán desde la fortaleza de un grupo al que le ha pasado de todo y que, milagrosamente, ha sabido reaccionar cuando nadie creía en sus posibilidades.

Ayer tocaba la prueba del algodón. Era un día para confirmaciones. Primero, del técnico, una vez ratificado su nombramiento. Luego, del equipo, para demostrar si el buen momento sigue instalado en su juego y resultados. Finalmente, de los nuevos Martí y Mérida, que tan buen sabor de boca dejaron en su primera defensa de la camiseta. Salió todo rana porque al equipo le faltó ritmo, velocidad, juego y remate que son demasiadas ausencias para tratar de lograr un triunfo ante un Castellón bien montado, aseado y fuerte en sus conceptos.  El llamado mal día en la oficina, con dolor de cabeza y tiempo de espera para los nuevos fichajes. Quedan cuatro días y Badiola ha dicho que los deberes ya están hechos.

(Este artículo se corresponde con el encuentro Castellón-Real Sociedad (1-0) disputado ayer en Castalia)

Iñaki de Mujika