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Cuando les regalan un penalty y la repetición…

4ª Jornada. Hércules-Real Sociedad (1-1) 

Al mes exacto de producirse la tragedia de Barajas volé a Alicante. El avión que debía traerme hasta El Altet despegó de la misma pista. No quise mirar. Viajábamos un número de pasajeros similar, un equipo de fútbol de Segunda B, Universidad de Las Palmas, camino de Águilas. Otro de balonmano, el Ro´Casa que debía medir sus fuerzas contra el Mar Alicante. El resto, anónimos de todas las edades y procedencias. Entre ellas, las dos compañeras donostiarras de asiento que seguían camino de Roma.

Cuando el avión se levanta y despega, los pensamientos afloran. Recuerdas a quienes fallecieron en el accidente y sitúas la vida en ese pedestal que dice "Hay que vivirla". Haces un esfuerzo por relativizar las cosas, las buenas y las que no lo son. Pasas página y esperas el momento de pisar tierra.

¡Fuera laconismos y tristezas! Lo mismo quien a nuestro alrededor, no sé si por el miedo acumulado o porque no fue capaz de dominar su esfínter anal, dejó caer un silencioso y oloroso pedo que dejó sin aliento a varias filas a partir de la 15, que todo el mundo tragó con respetuoso silencio. ¡No sabía precisamente a caramelo!

Me acordé entonces de nuestro entrenador cuando en su comparecencia dijo, a petición del respetable, que "las estadísticas están para romperse". Ésa, la de las nalgas efervescentes, no hay quien la frene. ¡La del Hércules, tampoco!

Juan Carlos Mandiá preparó el partido a conciencia. Incluso, ayer por la mañana llevó a sus huestes al estadio para entrenar y disponer la estrategia de las jugadas a balón parado. Enseñó vídeos y más vídeos para que los suyos conocieran al rival hasta hartarse. Ganar para ellos significaba consolidarse al frente del elenco. Temía a Lillo y a su puesta en escena, máxime con la alineación inesperada que dispuso de salida.

El de Labaka nos dio alas para creer más en las opciones de victoria. La lesión de Prieto nos privó de donosura y el árbitro canario Hernández Hernández se inventó un penalti y les regaló una repetición a petición de un linier, cuando él dio por buena la jugada. De este colegiado hablaban bien, por joven y valiente. Pero en el túnel de vestuarios en tiempo de descanso le debieron comer la oreja y se hizo caquitas como el del avión. Pero, esta vez se supo sobradamente de dónde provenía el olor.

Iñaki de Mujika