El vuelo a Madrid hizo coincidir a distintos expedicionarios. Juanjo Arrieta (consejero) y Xabier Eleizegi, ex árbitro y delegado de campo de la Real, sentados en la fila 4, letras E y F, desplegaban informes escritos y guardaban celosamente el ordenador portátil plagado de las imágenes que confirman las tropelías sufridas por el equipo en lo que llevamos de ejercicio.
También gentes de la cultura vasca camino de Arco, algunos periodistas (entre los que me encontraba) rumbo a Murcia, y Juan Luis Larrea, presidente de la Federación Guipuzcoana, que, como introductor de embajadores, les acompañó en la visita al presidente del Comité Técnico de Árbitros, Sánchez Arminio. En la capital esperaba el presidente Aperribay. ¡Toc, toc!, llamaron a la puerta antes de pasar y escucharse unos y otros. Como en la mili, cuando tratabas de conseguir un permiso, sabiendo que la respuesta afirmativa estaba en poder del comandante.
Hace una semana pedí el encuentro. No creo mucho en la eficacia de este tipo de procesos, pero sí estimo que, cuando deban nombrar un próximo árbitro para los siguientes encuentros, tratarán de cuidarnos. Otra cosa será que los colegiados que nos caigan en suerte acierten y no sean los protagonistas de la información, ni de las ruedas de prensa, ni de las declaraciones de los futbolistas, ni del fervor popular del beaterio.
Si se fijan, ya el viernes, la mayoría de los medios anunciaban el árbitro del partido frente al Hércules: ¡Pino Zamorano!, del que se recuerdan todas las actuaciones precedentes, buenas y malas, como aquella de Santander en la que a Mikel Aranburu le rompieron la pierna y no pitó ni siquiera falta. No es casualidad, sino consecuencia de la forma en que estamos viviendo a esta hora la competición.
Lillo el jueves, en su habitual comparecencia, expresó un deseo. "Espero que en Murcia no pase nada". Quiere ello decir que el técnico añade a las preocupaciones propias de cada jornada la influencia de cuantos factores externos, ni entrenables ni controlables, inciden sus futbolistas. Incluso, yo mismo, estaba anoche más atento a Hevia Obras, que a la marcha del partido. Posiblemente, porque el pufo de encuentro que vimos no animaba a otra cosa.
El trencilla se cargó a Mikel Labaka, porque se le puso en la punta del pinganillo. Lo mismo que a Otxoa. Un linier anuló un gol a Agirretxe en una jugada que me dejó con la mosca. La misma que revoloteó por el micrófono durante buena parte de la contienda. Hasta que llegaron los habituales minutos finales en los que siempre pasa algo y casi siempre en nuestra contra. En esta ocasión, la expulsión, los goles y la cara de almendruco que se queda. Trsite y desencajada.