Conocí a Casillas en Anoeta hace años en un partido de liga. Poco tiempo después de su debut. Apenas disputó partidos de campeonato, pero se manejaba bajo los palos con la experiencia de un veterano. Paró todo lo que le echaron, que fue mucho, y salvó a su equipo, el Madrid, de una derrota incuestionable.
Recuerdo que tras el partido me encontré en vestuarios con Salva Iriarte. Hablamos del meta que no había cumplido 20 años. Destacamos por encima de todo su madurez, su poso y su eficacia. Surgió una vez más la eterna polémica sobre los jugadores canteranos, su preparación, su formación y la decisión de ubicarles en la alta competición, atendiendo tanto a los aspectos deportivos como a los humanos. Es decir, lo físico y lo mental.
Desde entonces le sigo con admiración. Ni una mala palabra, ni un mal gesto, ni un escándalo, ni una sola declaración altisonante. Nada que no sea trabajo y disciplina, al margen de su vida privada. El camino no ha sido fácil, porque compitió con otros guardametas de buena trayectoria, pero mucho menos mediáticos. El momento culminante de su carrera, el punto de inflexión, llegó con motivo de la final de la Champions League (2001-2002). El entrenador Vicente del Bosque eligió a César Sánchez para jugar frente al Bayern de Munich. La decisión, injusta y contestada, obtuvo respuesta. César se lesionó en la segunda parte y Casillas debió salir a sustituirle. La rabia que llevaba acumulada en su interior se convirtió en energía positiva y acierto frente a los rematadores alemanes. Lo paró todo y su equipo conquistó la novena Copa de Europa. Salió reforzado hasta las cachas.
Se acabó el debate. Nadie se atrevió desde entonces a dudar. Su carrera está jalonada de éxitos y conquistas. Con la selección y con su club. Los logros no le hacen cambiar. "No soy galáctico, soy de Móstoles", afirmó un día sin ruborizarse, como queriendo escapar de la parafernalia habitual que rodea a muchos de sus compañeros. Su origen humilde no le impide ver la realidad social. Está comprometido con los más pobres.
En colaboración con Rafa Nadal, organizó un partido benéfico en el que se enfrentaban los Amigos de Casillas contra los Amigos de Nadal. Recaudaron 100.000 euros que fueron a parar íntegros a Sierra Leona , con el objetivo de ayudar a erradicar la malaria.Iker acompañó en julio de 2008 a la ONG Plan International España, en una visita solidaria a los pueblos de Perú (Patabamba). Allí realizó actividades con los niños de la región, entre ellas un partido de fútbol a 3800 metros, en compañía de Emilio Butragueño.
Frente al Liverpool lloró de amargura. Los reds le bombardearon desde el minuto uno al noventa. Le marcaron cuatro goles y evitó al menos otros tantos con paradas imposibles. Desde el princpio miraba a sus compañeros, con los ojos plagados de exigencia, rogando reacción y concentración. Nada. Como la nada. El partido fue unidireccional hasta que el belga De Bleeckere pitó el final. Las cámaras de televisión le siguieron y encontraron en sus ojos las lágrimas de rabia, impotencia, fracaso, desazón…todas las decepciones juntas. Su equipo volvió a ofrecer una imagen impropia de la mejor competición de clubes en el mundo. Sólo él se salvó. Salió reforzado, pero eso, seguro, no le llena.