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Astarloza

No soy su madre, pero le conozco como si le hubiera parido. Terco como una mula, cabezón, constante, sacrificado, disciplinado, ciclista…Cabe añadir que su cabeza está bien amueblada, que eligió este deporte entre otras ofertas que pudieron ser más sugerentes. En su casa, San Pedro, se vive el remo. El jefe de la familia sentó posaderas en la "Libia" con la que ganó una preciada Bandera de La Concha, pero el niño, alto y flaco, quiso ser corredor.


Las pedaladas en el camino nunca son fáciles. Menos, en la bicicleta. Hablamos de un deporte sin el apoyo social de un club, de una tradición. Los equipos aparecen y desaparecen. Dependen de los patrocinadores. La crisis y el negro velo del dopaje no le han hecho ningún favor. Por eso, cuando las bicicletas ruedan en categoría amateur, distinguen al fondo un estrecho embudo en el que se atascan la mayoría y sobreviven unos pocos. Astarloza pasó y encontró otro paisaje.

Junto a su primo Iñigo Chaurreau recorrió parte del camino. Debió emigrar a Francia, al AG2r, como los vendimiadores que buscan en los campos galos el sustento para sus familias. Cinco años (2002-2006) mirando de reojo a casa, porque siempre quiso correr con el maillot que ahora defiende. Por eso, cuando finalmente encontró en su mesa la oferta que esperaba, rechazo las otras y se incorporó al proyecto. Desde abajo, subiendo escalones por su méritos y porque las salidas aclaraban el horizonte. La marcha de Haimar Zubeldia le convirtió en líder del equipo. "Patético líder, porque trabajan para mí y yo nunca gano nada", suele afirmar entre sonrisas.

Hace un mes disputó en Cantabria el Campeonato de España en ruta. Pudo ganar, pero quedó tercero, detrás de Rubén Plaza y Tino Zaballa con quienes compartíó el podium. Fue medalla de bronce, por delante, incluso, de Alejandro Valverde, después de alcanzar la alta meta del "Soplao", el puerto en el que todo concluía.

No pasó un minuto y el mensaje de teléfono estaba escrito en su buzón. "Como no valores esta medalla en su justa medida, me perderás como amigo". He escrito que le conozco. Sabía de sobra que estaba quemado. La respuesta llegó por la noche. "Gracias, Iña, pero estoy hasta los cojones de no ganar".

Se ha visto cerca tantas veces que en su cabeza el podium ha dado vueltas desde 2003 cuando obtuvo en Australia su primer y único triunfo profesional (Tour Down Under) hasta ayer. En este tiempo transcurrido nos hemos visto muchas veces. Hemos compartido mesa y conversación. Sobre todo, largas y profundas charlas. Le admiro por muchas cosas, entre ellas la sinceridad. Un día, tomando un café, entramos los dos a saco. Nos cruzamos preguntas y respuestas. Ha pasado mucho tiempo, pero estoy seguro que los dos recordamos lo que entonces nos dijimos. Pero, como es una conversación privada, se quedará ahí para siempre.

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Ayer comí con unos amigos y luego nos vinimos a casa a ver la etapa. Al encender la tele se enfocaba a un grupo de escapados. Me pareció distinguir un naranja. Era él. "No puede ser", pensé. "Otra vez". Una jornada, otra y otra, siempre intentándolo. El diseño no pintaba optimista porque ese puerto largo y complicado no ofrecía un perfil generoso. Pero "ttipi, ttapa" siguió a su ritmo diésel de profunda pedalada. Aguantó todo. Se veían dientes y raíces. Coronó la montaña y se tiró cuesta abajo. Le acompañaban tres y le perseguían mil, escalonados y vigorosos. Treinta largos y sinuosos kilómetros que con su buena técnica en el descenso fueron cayendo.

Reconozco que en ningún caso me apunté a la esperanza, porque este cuento me lo sé de memoria. Los comentaristas se hinchan a opinar, a ofrecer recetas de lo que debe hacer. Como si el corredor fuera lelo. Llega la pancarta de dos kilómetros para la meta y decide. Le quedan pocas fuerzas. Tal vez, ninguna. Les sorprende, les ataca y se va. Me pongo nervioso porque puede ser que sí. Un kilómetro. Se hace eterno. Mira para atrás, pero van peor que él. Se lo cree y aprieta las mandíbulas, busca en sus piernas la pedalada imposible. Cuatrocientos metros. Una curva. "Por favor, no te caigas". Doscientos. Vuelve a mirar para atrás y se estira como Las Cariátides del Olimpo. Sonríe, saluda, le sale un "ostia" del fondo de su alma y se convierte en ese momento en el hombre más feliz del mundo.

Me emociono mucho porque le quiero. En la última charla que mantuvimos le aseguré que los triunfos llegan, pero nunca sabes dónde. Se gana cuando se puede, no cuando se quiere. Por eso, debemos creer en nosotros. En un instante pasaron por mi mente, a inmensa velocidad, las conversaciones y los momentos compartidos, los retos y las dificultades superadas. Todo al unísono, mientras se agolpaban alrededor los micrófonos que esperaban la palabra asfixiada e ilusionada.

Y de repente, casi sin enterarte, pasa a la historia. Le cambia la vida, pero espero que sólo sea eso: la vida. Conozco un Mikel generoso, fiel, sincero, serio cuando debe serlo y divertido en otras circunstancias. Buen tío. Así de simple y de grande al mismo tiempo. Para nada es un gallo, pero se peina con la cresta afilada, apuntando al cielo. Ayer lo tocó.

NOTA: El 31 de julio la Unión Ciclista Internacional (UCI) decidió suspender provisionalmente a Mikel Astarloza (Euskaltel Euskadi), ganador de una etapa y clasificado undécimo en la general del Tour. Las razones que aduce la UCI apuntan a un informe de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) que habla de un positivo por EPO en un análisis de orina fuera de competición perteneciente al 26 de junio de 2009.

Ahora será la Real Federación Española de Ciclismo (RFEC) la que determine si Astarloza ha violado las reglas antidopaje incluidas en el artículo 21 del Código Antidopaje de la UCI. Astarloza niega cualquier rleación con el dopaje y su equipo le apoya absolutamente. El contraanálisis solicitado aportará más luz al respecto.

 

Iñaki de Mujika