Cuenta la leyenda que el párroco de una población catalana de la Costa Brava, hace ya unas décadas, no sacaba carrera con el turismo y el comportamiento que los visitantes mostraban en la calle. Se caracterizaba por la animadversión hacia los ciudadanos franceses. Por lo visto, en sus charlas arremetía contra ellos, acusándoles de malas costumbres, depravaciones, sexualidad exagerada, escotes profundos, minifaldas, vida disipada, etc. En las homilías dominicales les atizaba semana tras semana, hasta que un día las quejas llegaron al obispado de turno y el párroco fue amonestado por su constante ojeriza hacia los galos.
El mosén aceptó a regañadientes las normas de la superioridad y tragó sapos y culebras hasta que llegó el evangelio en el que Jesús se reúne con los discípulos y escuchan: "Uno de vosotros me traicionará". El cura se hinchó de gozo y advirtió a los presentes desde el púlpito: "Y en ese momento, Judas se levantó y dijo. Moi, Seigneur (Soy yo, Señor)", esbozando una sonrisa traviesa.
La misma que ayer mostró Antoine Griezmann. El francés de Maçon apareció en el púlpito cuando la feligresía del beaterio empezaba a barruntarse lo peor. L’enfant miró al enemigo, apuntó con la escopeta y con un cartucho cargado de perdigones agujereó el plácido sesteo de los oscenses. Un zurdo, con la derecha, rubricó el 1-0. El chut repartió postas entre sus compañeros. Si hasta entonces la marcha del partido era cansina y poco emocionante, tras el tanto se aceleraron los ritmos cardiacos, el balón corrió y el juego elevó su nivel con la colaboración de los decibelios que llegaban desde la atónita grada.
Le garçon le regaló a su técnico una cajita con paz y amor. Para entonces ya calentaban "Cocoli" y Carlos Bueno y por la cabeza del míster daban vueltas las avispas zumbando. Todo volvió a su ser porque el descanso se alcanzó con buenas sensaciones y los comienzos del segundo tiempo no fueron peores. Tampoco el Huesca pareció ser capaz de hacer las cosas que entre semana había anunciado. Quedaba como siempre la incertidumbre de un balón rarito que propiciara el empate, pero el fútbol era unidireccional.
Como los aires de la France soplaban favorables, Martín Lasarte decidió dar entrada a David Zurutuza. El de Rochefort aumentó las revoluciones y ayudó a volcar la balanza hacia campo maño. Llegó el gol de Bueno y aparecieron nuevas oportunidades. Los dos chavales comparecieron en sala de prensa, atendiendo a todo el que lo solicitaba, con la sonrisa de oreja a oreja. Incluso, les esperaban niños para pedirles autógrafos y mirarles de frente. No sé si el entrenador preguntó si alguien se atrevía, pero de lo que no tengo duda es de su respuesta: ¡Moi, Seigneur!.
APUNTE FINAL: Lo del cuarto árbitro de ayer en Anoeta fue de traca. ¡Pesao, más que pesao!.