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La feria de Ordizia

Ordizia es una población guipuzcoana a orillas del Oria que, durante tiempo, se denominó Villafranca de Oria. Es célebre por muchas cosas, entre ellas su feria de los miércoles. Este día de San Martín decidí por fin visitarla. No había coincidido nunca. Opté por el tren de cercanías como medio de transporte. Sin prisa, parando en todas las estaciones y apeaderos, recorriendo paisajes verdes y muy húmedos por las fuertes lluvias, llegas a destino.

 

Las cortas escaleras desembocan junto a la iglesia, a muy pocos metros de la plaza en la que está instalada la feria. La primera parada es obligatoria. "Casa Martínez" es probablemente el establecimiento más afamado por su cocina de calidad y tradición. La barra del bar es un escaparate de pintxos. Ante el mostrador unos cuantos baserritarras. Caras indiscutibles con txapela, vaso de vino y plato de morcilla, porque en la zona se elaboran de muy buena calidad. Un cortadito y un "acompañamiento" me devuelven a la vida.

Bajo hacia el frontón. En la plazoleta frente al Ayuntamiento se disponen los puestos relacionados con la ropa, los zapatos, las alfombras, las sábanas, los bolsos y las pichías. Hay ofertas de calcetines (3 por dos euros, 6, por cinco). Paso de largo y dirijo mis pasos a la Plaza Mayor, el punto central de este mercado,  que se presenta cubierta por una estructura singular donde destacan sus gruesas columnas y que ha sido diseñada específicamente para acoger el mercado semanal.

Se van los ojos, porque los puestos están diseñados en paralelo, con pasillos intermedios para que los ciudadanos puedan pasear, curiosear, ver, preguntar y comprar después de dar unas cuantas vueltas. La verdura está preciosa. Lucen los repollos, las achicorias y las escarolas con un color imposible de describir, pero brillantes. Hay de todo. Las primeras alcachofas, fruta, tomates y vaínas del país, las últimas piperras… Muchas frutas de temporada.

Antojo una buena compra de hongos. Llevo encargos y quiero también regalar algunos  a los compañeros de programa que permiten mi escaqueo. Dos bolsas con sendos kilos de giberludinas enormes y riquísimas. Nada más llegar a casa he cocinado algunas, con aceite y perejil, y me han sabido a gloria.  También traigo medio kilo de alubias rojas del país. Las primeras, a doce euros/kilo. También queso, de Idiazabal, ahumado. Estupendísimo. Lo mismo que el dulce de manzana que en el maridaje encaja perfectamente. Cabía en la bolsa un kilo de nueces de las que daré muy buena cuenta.

En tiempo de caza no faltan las palomas, a cinco euros la unidad. Las he visto, pero no tengo paciencia ni para pelarlas, ni para hacerlas, ni para comerlas. Dicen que los huevos de caserío saben diferente. A veces incluso encuentras un par de yemas. Los compro, procedentes de Lazkao. También, pan de hogaza. Voy juntando bolsas que trato de repartir entre las dos manos. Parezco la Obregón en Navidad cuando sale de tiendas. Voy contento. Vuelvo por el mismo camino al andén de la estación. Con puntualidad exquisita llega el cercanías. Satisfecho por la experiencia.

Iñaki de Mujika