Un partido de fútbol, por muy trascendental que sea, siempre corresponde a un rango menor que el de cualquier persona. Quiero referirme a una en concreto. Vivimos juntos muchas horas, muchos viajes, muchos partidos, muchas ideas y mucha cultura. Entenderéis que a esa experiencia le dé mucho más valor que al empate de ayer ante el Barça, pese a que el encuentro ofreciera tramos hermosos de juego y ocasiones.
Hablo pocas veces en este espacio de nosotros, comunicadores de aquello que, en este caso, se relaciona con el deporte, con el fútbol, con la Real. Las cosas han cambiado tanto, en tanto poco tiempo, que a las generaciones jóvenes, esto que pretendo contaros, le puede sonar a chino. Por lo general, no somos de mirar atrás y de disfrutar con los recuerdos y las vivencias. El día a día se lo lleva todo por delante. Son muchos años y muchos momentos, dulces y amargos, que resulta imposible olvidarlos.
Por eso, estos días, con motivo del fallecimiento de Gorka Reizabal abrí las páginas del relato no escrito y decidí compartirlo con vosotros aquí, en este espacio, con el único objetivo de hablar de vida cuando nos referimos a la muerte. Esperé hasta hoy para destacar la fidelidad inquebrantable a los colores que amaba. Era de la Real hasta las cachas y se emocionaba cada vez que contaba una historia. En eso era imposible el debate. De memoria privilegiada, describía el paisaje txuri-urdin con la armonía del que se siente orgulloso. Durante varias temporadas los enviados especiales nos sentábamos en la misma mesa. Hablábamos del pasado, del presente y del futuro, del valor de las personas que en el camino hicieron lo imposible para hacer grande a la entidad y situarla en el actual paisaje. Eran viajes divertidos, cargados de anécdotas, de chistes que sabíamos de memoria, de asertos que se le ocurrían. Todos los que le conocieron seguro que no olvidan algunas de aquellas frases míticas. Una temporada cuando el sorteo europeo nos llevó a enfrentarnos al Partizan acuñaba: “Con la Real a Belgrado y con el a Belorado”. Si nos tocaba competir en el Benito Villamarín, en el momento de los postres miraba al camarero y le decía: “Hoy no podemos tomar postre dulce, tenemos día bético”.
Le encantaban las lampernas. Cuando nos citábamos en A Coruña, salíamos a cenar. “Vamos a perceberar”. Y perceberábamos siempre en el mismo sitio. Mesa reservada en El 10 de la Plaza España. Percebes de primero, percebes de segundo y percebes de tercero antes del café y el chupito digestivo. Podría seguir enlazando frases con su particular vis cómica. A veces nos reíamos mucho y otras era imposible, porque el chiste era malo. ¡Pato, por favor! Os he dicho al principio que me gusta hablar de vida en los momentos de tristeza. Le gustaba leer y recomendar libros. Un día en Valencia, cerca de la playa, pasamos por una estación de la que salía un tren. Me animó a que leyera Tranvía a la Malvarrosa, de Manuel Vicent, un abanico de gentes en la Valencia de los años 50 donde desfilan todo tipo de personajes, instituciones, intrigas y que casi leí de un tirón. Luego, vi la película con el título del mismo nombre. Impactante, con los papeles protagonistas de Fernando Fernán Gómez, Liberto Rabal, Ariadna Gil y compañía.
Era muy profesional y le gustaba contrastar las noticias. Trabajábamos en distintas empresas, pero la teórica competencia no impedía el buen entendimiento y la exquisita relación. Recuerdo el día en el que estábamos en plena campaña electoral a la presidencia del club, con accionistas de por medio. Había mucho ruido exterior entre varias candidaturas. En esas tertulias a las que me refiero, tratábamos de situar el momento exacto, aportando los datos que se conocían, concluyendo que había un gran favorito. Postura coral. Gorka puso en marcha, pocos días después, un termómetro, una consulta, para que los oyentes de su programa diario votasen por las candidaturas. Le salió un ochenta y tantos por ciento de votos favorables al que no parecía que iba a ganar. Nada más concluir el programa recibo su llamada. Se mostraba algo asustado y más desconcertado. Los datos eran reveladores, pero nos parecieron raros. Investigaron y encontraron que la mayoría de aquellos votos correspondían al mismo número de teléfono. Tiraron del hilo y descubrieron el pastel y supieron qué persona se pasó una hora sin parar, votando al candidato que luego no ganó. ¡Y hasta aquí puedo leer!
Os cuento estas cosas para que sepáis que la vida de los que informan no es fácil, que estamos sometidos a muchos vaivenes. Con Gorka casi se termina una generación de periodistas que llevaban por delante el imponente lema que supone respetar a las personas. En esa trayectoria todo no valía ni para ganar audiencia, ni para ofrecer primicias, ni para nada que se alejara del buen sentido de una vocación. Le encantaba encontrarse con las peñas y los peñistas de la península, porque valoraba el mérito de quienes eran de la Real en la distancia. Conocía a muchísima gente. Seguro que todos le recuerdan con cariño. Le ha tocado subirse a una de esas traineras que le apasionaban para iniciar un viaje entre azules y blancos, sin ciaboga de vuelta. Las olas le llevaran por el buen camino. Seguro que ayer hubiera disfrutado con su equipo, con los goles de Mikel Oyarzabal o Isak, con las ocasiones. Quedan atrás los tiempos de los paréntesis, aquellos en los que andábamos lejos de competir contra equipos como el que presentó Valverde en Anoeta. Equipo de gala que no pudo ganar.
Antes bien, si no llegan a contar con un enorme Piqué, a lo mejor a esta hora hablábamos de otra cosa. El conjunto realista trabajando como los fuelles del acordeón, solucionando los problemas que se le planteaban, dio la cara en todo momento, incluso cuando lo pasaba mal. La palabra más cercana a perceberar es perseverar. Lo mismo que persistir o insistir. Esa idea la llevan marcada a sangre y fuego, como el compromiso de defender los colores de Gorka. No hay segundo equipo.