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¡Prietas las filas, recias, marciales…!

Ayer me quedé con ganas de hacerle una pregunta al técnico realista, cuando compareció en la habitual rueda de prensa. Confesó sentirse feliz, al tiempo que nos recordó a todos que aún queda un desierto por recorrer y un Kilimanjaro que ascender. La diferencia estriba en que las áridas arenas no las recorreremos en camello y que para el alto monte contaremos con cuerdas, piolets y crampones. Los realistas despiden el año con treinta y cinco puntos de conquista, nueve más que hace un año por estas mismas fechas. Líderes y sensación de fortaleza, a la espera de otros tiempos que vendrán cuando la competición se reanude. 


La cuestión que deseaba plantearle era más bien personal. Sencillamente, si la evolución que el equipo muestra en las últimas semanas corresponde también a su propia evolución. Es decir, si nos encontramos con un técnico que ya ha medido sus fuerzas contra diecisiete oponentes, que ya conoce bastante mejor a su plantilla, al entorno, a la idiosincrasia de la entidad y que se siente, por ello, más seguro.  El equipo disipa ahora las dudas iniciales del campeonato, aquellos en los que la flor lucía en todo su esplendor. Ahora gana consistentemente, como líder. Cuesta marcarle un gol y encuentra resquicios suficientes para decantar la contienda de su lado. En tiempos de guerra se hizo célebre una canción de jóvenes que decía “Prietas las filas, recias, marciales…”. La Real está en combate, primero consigo mismo y luego contra los demás. Hace tiempo que cerró filas en el vestuario. El anterior entrenador trató de proteger al colectivo, convencido de que el futuro sólo era posible con el vestuario fresco y oxigenado. El actual técnico le ha pegado un brochazo de fortaleza, de autoridad y de confianza. Ganar desde el esfuerzo. Cada uno aporta lo que puede y la suma de valores hace posible el proyecto. Prima el grupo sobre las individualidades. No disponemos del mejor presupuesto, ni de los mejores futbolistas, pero contamos con la seguridad de los esfuerzos y de los liderazgos, unos visibles, otros no tanto. Claudio Bravo es un aval incuestionable. Parece que no está, pero su imagen se multiplica en cada aproximación rival al área pequeña. No es el abanderado del grupo, pero nadie le cuestiona. Lo mismo sucede con Xabi Prieto. Ayer cumplió 200 partidos defendiendo la camiseta que siente y valora. A lo mejor tampoco es el paladín, pero juega lo que le da la gana hasta aburrirse. Hace cosas irrepetibles. Da un pase de gol, marca un tanto y se pega una fiesta en la que no faltó ni el hielo. Los demás, a lo suyo, sin perderse en lerdadas. Dicho lo cual, nos encontramos ante un equipo que funciona como tal y que hace virtud del esfuerzo colectivo. El camino está claro. Del equipo que se despidió de primera en Valencia, ayer sólo jugó Ansotegi. Proyectos nuevos, ilusiones nuevas, futbolistas de futuro. Como Griezmann. Cuando marcó Xabi Prieto el segundo gol se fue directo a la nieve, armó una bola gorda y cuando todos los compañeros lo celebraban juntos y en armonía, hizo la travesura de tirársela al grupo y echarse luego encima de todos ellos, en plan montonera, a la remanguillé. Eso es alegría y liberación. ¡La necesitamos tanto!.

Iñaki de Mujika