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¡Cómo cambia el cuento!

Confieso sin ruborizarme que cuando el Rayo Vallecano llegó a Anoeta la primera semana de septiembre y nos dejó sin Copa después de pegarnos un repaso considerable, entendí que el conjunto de la popular barriada madrileña iba a apuntar alto. Ratifiqué mis sensaciones después de que limara las uñas del león y dejara a los vecinos sin el trofeo que cada año persiguen. Los de Pepe Mel contaban con una plantilla poderosa, plagada de delanteros postineros, dos de los cuales, Pachón y Rubén Castro, nos sembraron de dudas con sus tantos.


La Real entonces andaba como las vacas atolondradas que van por los pastizales moviendo sus cabezas y haciendo sonar los cencerros. Se le notaban los miedos acumulados en el tiempo, la suma de las decepciones y la inexperiencia del debutante banquillo. Pero quedaba tanto, que ni lo bueno, ni lo malo, ni lo regular, podían ser calificados como definitivos. Las etapas se iban quemando hasta que los dos equipos se enfrentaron en la jornada décimotercera. Los blanquiazules llegaron con cinco puntos de ventaja en primera posición. Ganando, los rayistas se hubieran puesto a tres del líder y con las opciones en todo lo alto.

Hacía un frío que pelaba, medio aguanieve. Muchos seguidores realistas en las gradas y desde el minuto inicial, reparto de mangazos a diestro y siniestro. Partido espectacular, con seis goles repartidos, y un empate que dejó las cosas como estaban. Las distancias, desde entonces, crecieron hasta ayer por la tarde, cuando se enfrentaban de nuevo en un partido vital. El jueves por la tarde tomé un gin tonic con un periodista que aprecio en una terraza de El Antiguo. Txuriurdin hasta las cachas, comentaba: "Iñaki, la gente no está valorando lo importante que es ganar al Rayo el sábado. Si lo conseguimos estamos en Primera". Al despedirnos, entré en el coche y traté de entender lo que decía. En efecto, alcanzar sesenta y tres puntos con ocho jornadas por delante se antojaba definitivo.

Por eso entré en Anoeta más atento que otras veces. Martín Lasarte se decidió por la misma alineación que circulaba en mis pensamientos. Markel y Sergio harían de bisagra entre la cobertura y la vanguardia, cada uno con sus virtudes y capacidades. El equipo dio su mejor imagen en la primera parte, sin fallos, dominando e imponiéndose en la mayoría de las parcelas. Quedaba el gol, la asignatura pendiente quince días antes frente al Albacete. El cuarto saque de esquina valió para que el remate de Xabi Prieto subiera al marcador y el encuentro se pusiera en franquía.

¡Cómo cambian los cuentos!. Ahora con Miñambres, el Rayo de la Copa se parecía al de la Liga en la camiseta. Después del descanso aparecieron Rubén Castro y Susaeta, que se calzó una jugada para guardar en vídeo. Asomando el peligro y llegado el cansancio, Lasarte decidió montarse a lomos de un caballo que atiende por "prietas las filas". Incorporó a Labaka y cerró caminos. En alguna contra debió llegar el segundo, aunque ciertamente Riesgo pasó pocos apuros en tarde más o menos placentera. Otra vez, la puerta "a cero".

Pitó el árbitro y se confirmó la alegría. Las caras de los jugadores realistas, por lo general poco expresivos, no escondían su satisfacción. Sabían como el periodista que la victoria valía más que otras veces. Y si hoy el Hércules le gana al Levante, ni te cuento.

Iñaki de Mujika