Se cuenta una historia que acaeció a principios del Siglo XVI en la localidad sevillana de Morón de la Frontera. Los vecinos de entonces se enzarzaban en reyertas, riñas y disputas que alcanzaban estados deplorables en la relación de unos con otros. Las cosas fueron tan a mayores que la Cancillería de Granada debió remediarlo enviando un juez que pusiera orden. No fue uno cualquiera. Eligieron al más chulo.
El hombre se presentó en la villa, recorriendo calles y plazas, mostrándose como lo que era y haciendo ostentaciones al grito de “Donde canta este gallo no canta otro”. Los ciudadanos se fueron paulatinamente hartando. Hasta tal punto que determinaron unirse y hacer un frente común contra el individuo. Un día le cogieron, le desnudaron y terminaron por apalearle. A raíz del suceso surgió un refrán conocido: “Se quedó como el gallo de Morón sin plumas y cacareando”. En esta localidad hoy recuerdan el hecho con un enorme gallo que se alza en una rotonda.
Planteada así la cosa, tocaba guerra de gallos y, en cuanto Lizondo dio la pitada, se pusieron tiesas las crestas y se afilaron los espolones. Alboroto general con una grada sumida en la necesidad y loca por una victoria que de algún modo paliara el subidón del eterno rival tras su conquista copera. Martín Lasarte recordó en la plática del viernes que su equipo ha respondido en los momentos de máximo compromiso. Cartagena, por ejemplo. Pasen y vean.