Les colocaron en una cancha pequeña y con pocas gradas. Terminó abarrotada y con muchos aficionados de pie en los pasillos laterales. Se hizo de noche y el encuentro no concluyó. Dos tenistas poco mediáticos se enfrentaban en Wimbledon. Empataron los cuatro primeros sets y afrontaron el quinto dispuestos a pasar de ronda. Ignoraban, seguro, que iban a protagonizar un récord del mundo.
Por un lado, el americano John Isner. Por otro, Nicolas Mahut, francés de 28 años. Ya llevaban horas de raquetazos antes de afrontar el definitivo set. Los puntos subieron al marcador alternativamente. Ninguno imponía su fuerza. Isner, desde los 2.06 metros de estatura, dispuso de oportunidades para sentenciar. El galo, también, pero la jugada decisiva no llegaba.
Cada vez, más gente en la grada. Cada vez, más tenistas en la sala de nugadores asistiendo sorprendidos al desenlace. Sólo quedaban ellos. La gente se iba aturdiendo por momentos. Las horas y los tantos se suman (59 iguales). Mahut se dirige en ese momento al juez y le dice que no se ve bien, que la falta de luz comienza a ser preocupante. El juez, que a lo mejor tenía unas ganas locas de ir al baño, se agarró al clavo ardiendo de la petición, sobre todo porque el tenista francés acababa de salvar una pelota de partido.
Antes de la reanudación de esta tarde a las cuatro, las cifras eran elocuentes: Más de diez horas en cancha, tres de ellas en el último set, con sus 118 tantos, a los que añadir casi 200 tantos de saque. La culpa la tiene el quinto set, el decisivo, el que no puede resolverse con un "tiebreak", sino por dos tantos de diferencia.
Lo de menos es quien vaya a ganar el partido, sino el protagonismo de dos tenistas poco mediáticos que hoy han ocupado todas las portadas de la prensa, porque lo que hicieron ayer será de todo punto irrepetible.