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Liderazgo

Hace ahora un año Alberto Contador ganaba su segundo Tour de Francia. Solo, ayudado por sus propias fuerzas y algunos fieles que dentro del equipo creyeron en él y en sus posibilidades. En la otra parte se encontraba Armstrong, con la historia, la trayectoria, el prestigio de las victorias, su orgullo y quienes les apoyaban, entre ellos su director Bruyneel. El corredor de Pinto subió al podium de París, contento por el éxito, pero triste por la falta de afecto de buena parte de sus compañeros.


La relación se rompió y el equipo, también. El americano lideró un nuevo proyecto a favor de la corriente de Team Radio Shack, al que se incorporaron los fieles ciclistas, entre ellos el lesionado Haimar Zubeldia y el oñatiarra Markel Irizar que aceptó una oferta de fichaje. En la otra parte, al socaire de Astana, Contador se quedó con los suyos y con los elegidos para un proyecto menos mediático que el estadounidense. Así las cosas, se inició la temporada con un único objetivo para ambos. Se habían citado para el Tour que ahora acaba.

Lance hizo podio hace un año en los Campos Elíseos y era una incógnita que enseguida quedó despejada, porque pronto se aprestó a decir que ésta era su última ronda por territorio galo. Se quedó atrás, se cayó varias veces, le costó levantarse, intentó alguna escaramuza, pero su estrella no brilló más que en los libros de historia. La última le sitúa en el puesto veintitrés a casi cuarenta minutos del ganador. El mejor de sus compañeros, Cris Horner, acaba décimo a doce minutos, siendo Leipheimer y Kloden, balas que se quedaron en la recámara. Lo que parecía un equipazo se ha quedado partido y dudoso por la falta real de un liderazgo en carrera.

El protagonismo se lo han llevado por méritos propios los dos ciclistas que están llamados a brillar los próximos años en este deporte: Contador y Andy Schleck. Proponen un estilo nuevo de relaciones, una forma diferente de competir. En medio de la crisis, sus equipos apuestan claramente por sus opciones. Sin hablar mal de nadie, cerca de los suyos, buscando la mejor respuesta a las exigencias de la competición, ambos parecen la mejor apuesta de futuro de un deporte que sigue apasionando a miles de personas que se citan en cada jornada.

París bien vale una misa. También, un podio. A él se sube un ciclista vestido de amarillo que, desde su calidad deportiva y humana, alcanza el tercer entorchado en cuatro años. Me gustan sus méritos, la forma de hacer y decir y, por supuesto, la superación. Conviene no olvidar que en la Vuelta a Asturias de 2004 sufrió convulsiones en medio de una de las etapas, cayéndose al suelo. Las pruebas médicas que se le practicaron diagnosticaron un cavernoma cerebral congénito del que fue operado. Pese a la gravedad de su enfermedad, pudo superarla regresando a la competición un año después.

Aquella es otra historia que también se lee en su biografía, pero es pasado. El presente y el futuro le pertenecen como líder indiscutible de este deporte. Como el tiempo es el juez único, dispone ahora de una excelente oportunidad para referirse al plan de Lance Armstrong, al papel en este Tour y al comportamiento poco ejemplar que mantuvo con el madrileño. Pero no pasará nada, porque también aquí además de liderar se imponen los estilos.

Iñaki de Mujika