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Casa Galín, en Covarrubias

Doña Urraca es una de esas reinas de finales del XI que dominaba la corona de Castilla y León, por fallecimiento de padre, hermanos o marido, que en aquellos tiempos de todo sucedía y que los libros de historia recogen con más o menos fidelidad, aunque a veces parezca que se juntan en los mismos trazos de una línea la realidad y la imaginación.


No es habitual encontrarte con pueblos o ciudades que denominen a su plaza principal "Doña Urraca". Habiendo, por medio, reyes, generales, constituciones u otros argumentos, sorprende que la plaza principal de la burgalesa Covarrubias recuerde a aquella mujer. Quedan otros vestigios de la época. La iglesia de San Cosme y San Damián cautiva por su silencio, aunque a veces suena un órgano del siglo XVII -el más antiguo de Castilla. Pero lo más grande está en el museo que acoge tablas de Berruguete y Van Eyck, además del  espectacular Tríptico de la Adoración de los Reyes Magos (siglo XV) atribuido a un discípulo de Gil de Siloé.

Caminamos por calles y plazuelas, haciendo fotos y disfrutando de las casonas. Todas iguales, todas diferentes, la del antiguo boticario, la del obispo Peña, la que llaman de Doña Sancha. Hermosísimas. Pasada la mañana nos sentamos y esperamos que sonara la campana de la una y media, hora en la que se abre el restaurante Casa Galín (Plaza Doña Urraca, 4. Covarrubias 947 40 65 52).

Es una de esas antiguas tradiciones en las que todo está preparado y funciona con exactitud. Al poco de pedir, estás servido. Nuestra mesa y todas las demás que llenan el comedor. Algo tiene el agua cuando la bendicen. Compartimos picoteo. "Croquetas de jamón caseras", "Morcilla de Burgos", "Revuelto de boletus edulis". Hacía suficiente calor como para pasar de largo del plato más famoso de la casa "la olla podrida". Habiendo cordero, cayeron excelentes chuletillas en número importante. Un vino rico (D.O. Arlanza), flan casero y café. Además de agua, como corresponde cuando alguien conduce.

Camino de Silos, nos detenemos en San Pedro de Arlanza, ese monasterio que da pena al verlo, porque por la desamortización de Mendizábal, los benedictinos debieron abandonarlo y luego quienes pasaron por allí lo expoliaron y hoy sólo quedan ruinas y recuerdo de la grandeza de un gran cenobio.

 

 

Iñaki de Mujika