EL padre visitador de la orden había anunciado su presencia en el colegio. Estaban cerca las fiestas navideñas. Le esperaba la comunidad religiosa que regía un centro de unos mil doscientos alumnos. Entonces, "se podía hacer carrera", porque los conventos estaban llenos, las vocaciones florecían, y la jerarquía se estructuraba con claridad, antes de que llegara el concilio y salieran de estampida a centenares. El provincial llegó, se reunió con la comunidad y pasó por algunas aulas.
Estaba previsto el recorrido. Primero, los más pequeños; luego, medianos y finalmente los que concluían sus estudios. La tensión entre los chavales de nueve años se palpaba en el ambiente. Esperaban el momento en que apareciera un señor que mandaba mucho. De repente sonaron los nudillos en el cristal de la puerta. Giró el pomo y apareció la alta figura de un religioso de negra sotana, al que seguía un séquito de particulares. En sus manos una caja de madera con estampitas del santo fundador, escapularios, regalices duros y bolitas blancas de anís que premiaban el buen comportamiento y las respuestas acertadas.
Más o menos, los temas estaban pactados. En religión, no hubo fallos cuando les inquirió sobre la Virgen María, San José y el Niño Jesús. Todo era alegría hasta que salieron a escena los Magos de Oriente. "A ver, ¿quién sabe decirme cómo se llaman los Reyes?", solicitó el padre. Juanito Indakoetxea saltó como un resorte: "Melchor, Gaspar, Baltasar y el bolsillo de papá". Al padre Luis se le cayeron las gafas del susto. Los acompañantes carraspearon en alto y muchos compañeros se desternillaban. Otros, asustados, convinieron en que la respuesta llevaba dinamita y su sospecha, guardada en silencio, cobraba carta de naturaleza.
Las miradas casi le matan. Los más críos entendían que aquella no había sido más que una respuesta ingeniosa. Unos y otros, al margen de la incidencia, escribieron su carta de peticiones con la esperanza de que por la chimenea de casa, o por el balcón semiabierto llegaran los pajes cargados de regalos. En esa historia creemos. Y más que bien hacemos un listado de peticiones. Lasarte y sus jugadores disponen las suyas. Dani Estrada cumplía años con el encargo de sustituir al lesionado Carlos Martínez y sobre todo de tapar las entradas de Bertolo, uno de los estiletes con los que Javier Aguirre quiso sorprender anoche en La Romareda. Pero con lo que realmente dio la puntilla el cuadro maño fue con la salida al campo de Braulio, ese delantero que dejó sin premio (empate) el partido de los realistas.
No es casualidad que al equipo le pase varias veces lo mismo. Es decir, que juegue los noventa minutos más o menos, que guarde en sus manos un resultado favorable y que lo pierda en el aliento final. Los realistas comentan en la jugada decisiva un fuera de juego y luego un penalti claro sobre Tamudo. Cosas que no cambian la tendencia. La visita del Sevilla, sin Griezmann, debe entenderse como una nueva oportunidad. Después de tres derrotas consecutivas será bueno cambiar la tendencia.