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Los amantes nunca se quedan fríos

Lo primero que quiero hacer es saludar desde aquí a los habitantes de Teruel. Ayer por la mañana, cuando viajábamos hacia Vila-real decidimos hacer un alto en el camino y detenernos en esta capital aragonesa para tomar un cafelito. Al bajar del coche recibimos una especie de sopapo en la cara que casi nos caemos. De la temperatura agradable del vehículo pasamos a menos cuatro mil que no se atrevían a marcar los termómetros. ¡Pedazo de rasca! El recorrido desde el coche hasta la Plaza del Torico fue espeluznante. No encontramos ni a una monja perdida. Al llegar al Pecado de Eva nos metimos un chocolate con churros de unta pan y moja. Recuperamos el habla perdida. Ahora me explico la historia de los Amantes de Teruel, loca ella y loco él. Locos de amor. ¿Qué iban a hacer los pobres para entrar en calor? ¡Arrear!

De otra manera, también arreamos para llegar cuanto antes al coche y emprender rumbo a esta población que no es muy bonita, pero que cuenta con un equipazo de pegada. Reconozco que la victoria de Getafe hace una semana me tranquilizó, porque en el horizonte se veía venir este partido de anoche que pudiera haber significado la sexta derrota consecutiva y la llegada de oscuros nubarrones sobre la despejada marcha del equipo. Por eso, desde esos veinticinco puntos, llegué a El Madrigal de forma muy parecida a la que planteé el partido del Nou Camp. Son mejores, son superiores. Lo normal es que te ganen bien. Abro paréntesis, vivo el partido y cierro el paréntesis. Nos interesa mucho más ganar al Almería el sábado que viene.

Así las cosas, el submarino salió de las aguas profundas y sacó el periscopio para ver cómo llegaban los realistas. Sin Zurutuza, por tarjetas, y sin Elustondo, por gastroenteritis, Martín Lasarte debió darle más vueltas a las cosas, pero terminó disponiendo la estrategia habitual sin cambiar la hoja de ruta. Eso sí, con diferentes jugadores. Markel y Aranburu fueron los titulares elegidos. Garrido, el mentor del proyecto local, saludó a Llorente nada más llegar al campo. Dialogaron unos minutos y se fue hacia el despacho. Decidió tirar de lo mejor de su elenco. Sin más frentes que cubrir, exigía a su gente un último esfuerzo. La marinería local abrió la escotilla y sacó la cara. Faltaba por saber si andaba cansada de tanto trajín copero y, a lo mejor, no emergía con la calidad de otras veces, ni con el acierto, ni con la contundencia. Esa podía ser la piedra a la que agarrarnos. ¡Matarile!

El primer tiempo nos dejó un sabor agridulce, porque al gol (otro más) de Aranburu le siguió el de Rossi que aprovechó uno de esos errores que no puedes cometer en un encuentro cuando juegas contra todos los tenores de un buen coro. Significaba volver a empezar, con cuarenta y cinco minutos de desgaste y con la sensación de que los castellonenses pondrían cerco a la meta de Bravo. Lo que vale de los partidos no es el camino sino el final y en eso está muchas veces la clave de la interpretación. En ella siempre hay alguien que sale perdiendo. En este caso fue la Real, porque nada más iniciarse el segundo tiempo volvió a pifiarla en el centro del campo. La robada de Cazorla terminó en los pies de Rossi y éste volvió a matar. Pese a la reacción de los últimos minutos nos quedamos fríos. No como los amantes.

Apunte final: sé de sobra que el fútbol no toma decisiones desde los sentimientos y el respeto a las personas, pero en ese ir y venir de los clubes en el mercado de invierno se dan bajas y se echan jugadores a la calle con una tranquilidad pasmosa. Da igual. Encima querrán que les den las gracias y hablen bien de ellos. Cuestión de estilo.

Iñaki de Mujika