Cuenta la leyenda, la tradición o el saber popular que una pareja de novios en la habitación del hotel en el que pasaban la primera noche se desnudaba para consumar la jornada. Ella, metida ya en la cama, observaba de cerca las evoluciones del joven marido, que se despelotaba poco a poco. Cuando se quitó la camisa y enseñó su musculatura, la novia exclamó:¡Cuánta dinamita!. Hizo lo mismo con los pantalones, dejando al descubierto unas piernas inigualables. La chica abría los ojos ante la inmensidad de aquel cuerpo. ¡Pura dinamita!, gritó con euforia, mientras esperaba descubrir lo que surgiría al quitarse los gallumbos. El chico le dio la espalda, se bajó los calzoncillos y mostró su redondeada, turgente y blanquecina popa. ¡Qué bomba, date la vuelta!, expresaba jadeante. El mozo se giró y enseñó lo que estaba oculto. ¡Qué poca mecha para tanta dinamita!, se oyó entre las paredes oscuras de la sala en la que iban a amarse.
Se pueden imaginar que ha pasado bastante tiempo desde entonces, porque ahora con el devenir de los años, la noche de bodas se usa para coger una moña y roncar, porque las parejas llegan a esa fecha bastante más desgatadas que antaño y no me hagan profundizar más porque hay niños fieles a esta sección. Así las cosas, no se por qué llegó a mi cabeza esta idea al concluir el primer clásico del siglo de estas dos semanas en las que los equipos más encantadores del campeonato medirán la longitud de sus mechas. El primer despelote enseñó bíceps y triceps, pero "aquello" pareció raquítico y del montón. Entre miedos y vergüenzas, se escondieron, empataron, dejaron las cosas como estaban, a la espera de mayores y mejores oportunidades.
No faltó la gomina de Muñiz, que es un árbitro limitadito, al que le vienen grandes estas citas y en las que además peca de vanidoso y se adorna sin justificación. Perjudicó al Barça en casi todo.
Con todo esto en mi cabeza, alargué lo que pude el tiempo antes de pensar en el partido de Anoeta y en la visita del Sporting. La jornada ya se había iniciado con los picotazos del venenito que inyectaban las victorias de Málaga y Getafe. Se comprimía la clasificación y se expandía la intranquilidad. Escribí aquí mismo hace una semana que el partido de ayer en Anoeta era un final, dijeran lo que dijeran. Celebré por ello la respuesta de los seguidores realistas que entendieron lo mismo y que se pusieron manos a la obra "motu propio" para crear un ambiente favorable a la mejor respuesta de los suyos.
Los futbolistas lo llevan pasando mal desde hace semanas. Las caras no cogen color ni con maquillaje. Los técnicos, parecido. Los dirigentes, ni te cuento. Y el resto del beaterio no va a la zaga. Así las cosas, el triunfo de ayer era obligado, porque la sensación existente hablaba de un cargamento que podía hacer saltar el polvorín. Lasarte trató de que nadie encendiera la mecha. Cambió cuatro cosas respecto del Manzanares, con Ifrán de estilete, aunque quien se destapó fue Griezmann, dos goles un vicegol y una bombona de oxígeno para todos, porque tras el tanto del Sporting, todos pensamos lo peor. La suerte, esquiva a veces, desvió el balón de la victoria, de los tres puntos y del respiro.
Cuando acabó el partido y llegaron las entrevistas, Aranburu me preguntó si había sufrido mucho. Le contesté afirmativamente. ¡Casi me deja sin la poca mecha que me queda!.