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¿Qué pasa si metes una tostada en el tostador?

Esta mañana los alabarderos que desfilan en procesión por las calles de Hondarribia caerán delante del altar de la parroquia, cuando la resurrección sea un hecho y pasemos de la pasión a la gloria en un santiamén. Esa conversión en el fútbol se repite muy a menudo. Lo estás pasando fatal. De repente, sucede algo mágico inesperado y maravilloso que convierte en luz todas las sombras. Esta realidad se correspondió hace una semana con el gol de Griezmann. Después de tocar en dos futbolistas, como las dos paredes del frontón, el balón entró mansamente en la portería del Sporting y nos concedió un respiro de tal magnitud que estos días han pasado de puntillas y relajadísimos.

Buena parte de culpa, sin duda, la ha tenido también el encuentro final de la Copa. El Barça y el Madrid se lo comen todo. No les basta con un partido. Deben jugar cuatro para dirimir coronas, títulos, reconocimientos y poderíos. En medio de tanta turbamulta, otra caída, aquí sin alabarderos. Un trofeo sale volando desde lo alto de un autobús descapotable. Se le escapa de las manos al chico con melena y dientes largos que escribe en las redes sociales, afirmando que "saltó ella sola cuando vio tantos madridistas". Pasa el autobús por encima y la machaca pese a los nueve kilos y la peana. Los pasos que llevan los costaleros pesan bastante más y no se cae ninguna imagen que haga la portada del periódico del día siguiente.

Sinceramente, con estas cosas me entretenía sin pensar en la cita de anoche en San Mamés. No intuía ni de lejos qué partido nos esperaba, porque apenas se había hablado del derbi. Llamaba la atención el empeño rojiblanco por conseguir que Muniain fuera de la partida, recurriendo a todo lo recurrible y solicitando una cautelar finalmente concedida. Que el Athletic quería ganar a la Real era obvio. ¡Y por cuantos más goles, mejor! Que la Real quería ganar en La Catedral era indudable. El jueves me encontré con uno de los veteranos jugadores de la plantilla. ¡Ojalá ganemos!, me dijo, mientras se iluminaban sus ojos. Pensé entonces que en el vestuario había ganas de cerrar cuanto antes la permanencia. Y qué mejor escenario que ése para consolidarse con humildad en la mejor categoría del fútbol. Prometí invitarle a comer si eso sucedía, porque de ese modo las citas inmediatas contra el Barça o el Valencia se afrontaban de manera muy diferente.

Los partidos a las diez de la noche convierten en eterna la jornada. No hay prisas. Es por ello que, los desayunos se hacen tranquilos, largos, completos, continentales y un punto perturbas. No tenía pan y tiré de un paquete abierto de tostadas. Cogí la primera, unté la mantequilla, esparcí la mermelada, pegué un tarisco y ¡horror!, estaba revenida y blandurria. Decidí entonces poner las tostadas en el tostador para endurecerlas. No lo tenía muy claro. ¡Si ya está tostada…! La resultante es incuestionable, se quema, se torra y se convierte en inservible. Raspé con un cuchillo, le quité lo negro, las reconvertí y para mis adentros, que los tiempos no están para tirar nada. Esperaba que los nuestros no salieran blandos, sino un poco tostaos. Vuelta y vuelta, que así saben mejor.

Las calles de Bilbao se llenaron pronto de seguidores porque al fútbol se fue esta vez cenado, bebido y casi dormido. Allí empujan al equipo con toda su alma y fortaleza del mundo. Si se tambalea, no dejan que se caiga. Le agarran fuerte y le ponen en su sitio. Es su orgullo y su pasión y parte importante del milagro de cada temporada. Cuando animan, se mueve hasta el suelo. Todo vibra. En medio de ese mar de pasión, los txuri-urdin son como una gota de agua en medio del océano. "Si tu me dices ven, lo dejo todo". Y la Real ha dicho "ven" muchas veces. Su fiel feligresía le sigue. Anteayer a Cádiz, ayer junto al Nervión y el sábado frente al Barça. Ésta es la nueva y gran oportunidad. Se dan todas las circunstancias para intentar la sorpresa. Pese a la derrota anoche por la mínima el equipo dio la cara, estuvo cerca de sumar puntos y debe perseverar en su actitud.

Iñaki de Mujika