Pensaba que el encuentro de ayer ante el Valencia era de los de abrir paréntesis, jugar el partido y cerrar el paréntesis, pero no quería quedarme con ese paisaje. Con la cabeza era obvio que olía a ruptura de platos rotos que apestaba (tres en el descanso). Con el corazón sueñas en dar la sorpresa, en aprovechar la mala racha del rival, la posible presión y en la casualidad del sonido de la flauta. Metido en esas elucubraciones supongo que también andaba el míster. A la vuelta de la esquina llegaba, llega, el Zaragoza. La amenaza de las tarjetas a cuatro jugadores del plantel a lo mejor influía en la elección y en el diseño. Solo Zuru por Rivas. Mucho esfuerzo y desgaste, para nada, no era lo más recomendable. Dudas.
Lo que tengo, sin embargo, muy claro es que la Real ha manejado fatal lo referente a su entrenador. Ha puesto velas encendidas alrededor del bidón de gasolina. Nos estamos jugando el futuro, la salvación, la plaza en Primera. Cuando todo debe estar orientado a la consecución del objetivo, a reforzar la conducta de quienes luchan por conseguirlo, sembramos de dudas el horizonte y descentramos a los técnicos y a sus jugadores con dinámicas ajenas a lo fundamental. Con lo fácil que este equipo se despista, parece mentira que nos empeñemos en volver a las peligrosas andadas que tantos problemas nos han causado.
Martín Lasarte fue presentado en su día como el hombre en el que se depositaba la confianza. El primer año consigue el ascenso, después de dos fiascos. El segundo, está a punto de certificar el objetivo. En ese sentido, pleno. Pero es que, además, el técnico no ha levantado la voz una sola vez. Ha hecho debutar a jóvenes jugadores para el futuro. No ha pedido nada que no estuviera al alcance de las posibilidades del club. Maneja el grupo con habilidad. Su mano izquierda es tan sutil como la de Claudio Abbado en la dirección de orquestas. Es respetuoso con los medios, con la afición y representa más que dignamente la tradición y el espíritu de la sociedad que le paga. Visto así, cuesta entender que se le ningunee y falte al respeto.
Cuando todo acabe y sigamos en Primera, los dirigentes pueden pensar lo que quieran y tomar las decisiones que estimen convenientes porque es su responsabilidad. Hace un par de años, a Lillo le dijeron que no seguía y se pusieron manos a la obra. Apareció el uruguayo detrás de unas gafas de sol en Vallecas. Ha llegado hasta aquí. Y quiere quedarse, tal y como afirmó sin titubeos en la rueda de prensa del viernes, desmintiendo con rotundidad que haya firmado ningún contrato en A Coruña. Nadie le ha dicho que no sigue. Antes bien, se le renovó el contrato. Pero Lasarte sabe que se han reunido con Marcelo Bielsa para hablar, aunque el sentido común, por el caché del técnico argentino, hace pensar que su asiento futuro no está en las bancadas de Anoeta. ¿Por qué ahora este galimatías? ¿Dónde vamos con semejante barahúnda?
El Valencia nos pasó por la piedra, porque es mejor y cuenta con superior presupuesto. Dispone de futbolistas de mayor nivel y venía rejoneado de fracasos precedentes. A Emery le han salido ojeras, rayas y surcos en la piel, le dan hasta en el gaznate cuando bebe y le recriminan por ser el tercero del campeonato, el mejor puesto al que puede aspirar un equipo tras los intocables. Aquí también se vuelven locos. Espero que no sea lo que suceda este miércoles ante los maños. Es la gran final, la que debemos ganar para poder decir en alto "misión cumplida". Con Anoeta de txuri-urdin, con las gradas hasta los topes, con el ánimo de todos y el apoyo sin fisuras, el equipo dará una vez más la cara, aunque a veces, sin merecerlo, se la partan. Necesitamos ganar al Zaragoza, a pesar de que ayer con los tres caracoles en el saco y con la sensación de general apatía, cueste creer.