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Manejar una situación compleja

Cualquier equipo de campanilas estaría muy dispuesto a contar en sus filas con Diego Forlán. El uruguayo fue considerado como el mejor jugador del pasado Mundial de Sudáfrica. Su participación con la selección de su país le hizo acreedor al citado reconocimiento. Ese éxito corroboraba todo lo que del delantero del Atlético de Madrid había puesto sobre los terrenos de juego.


Poco antes en la final de la Europa League disputada en Hamburgo frente al Fulham fue considerado héroe, como antes cuando uno de sus goles sirvió para eliminar al Liverpool en semifinales. Redundado en bondades, Forlán aceleró el paso tras el verano. Llego a la final de la Supercopa de Europa. La jugó con su equipo ante el Inter y ayudó a que el trofeo llegara a las vitrinas rojiblancas. Imposible mejorar.

Allí empezó su calvario, porque su cabeza y su cuerpo le pasaron factura. Sin vacaciones, ni descanso, el entrenador quiso tirar de él. Agotado y sin recursos fue perdiendo protagonismo en las alineaciones de Quique Sánchez Flores. Sus habituales goles no llegaban y la relación con su estupenda pareja de baile, Kun Agüero, dejó de ser efectiva hasta el punto de que el técnico buscó en Diego Costa la solución a los problemas.

A esos problemas se han unido los derivados de las malas relaciones. Trascienden demasiado las tensiones, los malos modos y los enfrentamientos. El entrenador ya ha dejado claro que no sigue sentado en el polvorín. El club traspasará o resolverá el contrato con Forlán, porque ha perdido además el favor de la grada.

Lo increíble es que contando en sus filas con un jugador de semejante magnitud, nadie haya sido capaz de gestionar la realidad y conducirla hacia la recuperación de sus valores. La resultante termina con el entrenador en la calle y el jugador devaluado y buscando nuevos horizontes apenas un año después.

Iñaki de Mujika