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Un señor que se viste de corto y por los pies

Reconozco mi debilidad por Aranburu. Mikel, nuestro capitán de los últimos años, es bastante más que un jugador al uso. Responde al perfil del fútbol guipuzcoano. Al tradicional, por supuesto, porque el actual es bastante más difícil de definir, porque la sociedad está en cambio permanente, porque cuesta mucho comprometerse con un proyecto y porque sacrificarse conlleva esfuerzos y las generaciones jóvenes llevan una dinámica diferente. Por eso, me aferro a personas que miran de frente y te dicen lo que sienten y piensan. El de Azpeitia ha dignificado a la Real Sociedad muy por encima de los cuatrocientos partidos que haya podido disputar.


Como a todo debutante, al principio, los micrófonos le asustaban y los periodistas le imponían. Desde la timidez prefería los silencios y que el protagonismo lo llevaran otros. Erre que erre como las hormiguitas fue haciendo camino y asumiendo responsabilidades tanto en el juego como en el sancta sanctórum del vestuario. Es una de esas personas fácil de querer que escucha más que habla, que no pierde la cabeza ni en las situaciones más comprometidas. Un hombre al uso que sabe su doctrina y que es, en el buen sentido de la palabra, bueno, como escribió Machado en su retrato.

Personas como él son las que te enseñan a amar a un club, a lo que significa. No recuerdo un solo momento en que haya antepuesto su yo personal a la colectividad, al bien común. Ni siquiera cuando le partieron la pierna en aquella desgraciada tarde de Santander. Disponía de mil razoness para lamentarse, para acusar, para reivindicar la nobleza en el juego. Para muchas cosas, pero no usó ni un solo argumento que no conllevara perdón a quien le lesionó para tanto tiempo. Por comportamientos como éste la Real debería sentirse orgullosa y los compañeros que comparten vestuario con él, también.

La última conversación seria con él la mantuve en el Uranga de Loiola. Frente al santuario. Tres cafés en la mesa. El otro era de su amigo inseparable. El otro Mikel, también testigo. Estaban preocupados porque entonces las cosas no eran fáciles. Compartimos una larga charla. Ellos transmitieron su desasosiego. Traté de tranquilizarles y devolverles la quietud en tiempos de tribulación para ellos. No puedo, ni debo, ser más explícito, porque nunca hago públicas mis conversaciones privadas. Aquella tarde volví a casa con una nueva lección aprendida. Les preocupaba el club, su futuro. El de sus compañeros.

Cuatrocientos partidos son una inmensidad. Pudieran ser muchos más si no es por la gravedad de aquel parte médico espeluznante: El diagnóstico tremendo relataba una rotura del ligamento cruzado anterior y ligamento lateral externo de la rodilla derecha y fractura del cóndilo medial. Han pasado desde entonces casi seis años. Los analistas han dicho que desde entonces no es el mismo. Esa es una afirmación que sólo puede relacionarse con el juego y además sería discutible. Pero además de jugador es hombre y persona. El quirófano no le privó de sus valores. Todo lo contrario los reafirmó y han llegado hasta aquí, íntegros, al servicio de la sociedad.

No soy adivino e ignoro, por ello, cuándo pondrá punto y final a su carrera profesional como jugador en activo, pero espero y deseo que su club sea capaz de superar la asignatura pendiente durante tanto tiempo de saber despedir como se merecen a futbolistas que han sido santo y seña de la entidad. Mikel es un espejo en el que se miran centenares de niños que le admiran. Esos que le piden un autógrafo con la misma ilusión que el tenía cuando empezaba. En su camino hubo momentos en los que pudo marcharse. Las ofertas poderosas nunca fueron más que sus sentimientos. Personas como él deben seguir al servicio del club. En cualquier faceta, porque nadie mejor que él para transmitir las esencias. He conocido, convivido y compartido muchas cosas con muchos futbolistas, pero pocos llegan tan dentro si eres capaz de descubrirle. Aranburu es un señor que se viste de corto y por los pies.

Semejante recorrido, después de catorce temporadas vistiendo la primera camiseta, no es comparable a nada. Mucho menos a un partido como el de ayer ante el Levante, cuyo final rozó el esperpento. Cuesta mucho centrarse. Cuesta mucho digerir un resultado adverso en el descuento cuando en el camino has llevado ventaja, has jugado bien, has sido capaz de remontar poco antes de concluir con la sensación absoluta de desánimo. Por eso, hablo de la persona, del capitán, de su trayectoria. Lo prefiero sinceramente después del soponcio de anoche. ¿Cabe más crueldad con los esfuerzos?.

 

Iñaki de Mujika