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¡Je suis désolé…et moi aussi!

No dispongo de una visión clara de todos los acontecimientos de aquel encuentro, hasta tal punto que no recuerdo bien si correspondía a un partido oficial o amistoso. Ciertamente, sé seguro que estaba en París al borde del parqué en una cancha en la que se jugaba al balonmano. Era el tiempo del mejor Bidasoa, aquel equipo que enamoraba y que consiguió hitos impensables. Se enfrentaban los irundarras ante el Créteil o Racing de Paris, o a lo mejor un tercero, porque tampoco encuentro en la memoria el nombre del rival. Los árbitros, una pareja vestida de negro, constituían además en su vida privada un matrimonio. Él, calvo, con gafas y entradito en carnes. Ella, morena y más bien baja.


Suelen los franceses ejercer de chauvinistas, allí donde pueden hacer patria. La sensación en los forasteros se correspondía con una actuación que sobrepasaba el caserismo y merodeaba el escándalo. Las protestas del banquillo guipuzcoano se hacían por minutos más ostentosas. A medida que el partido avanzaba y el marcador reflejaba equidades, las cosas iban a más tanto en la tendencia de los jueces como en el contacto de los jugadores. ¡Rasca sin tregua!. Juantxo Villarreal, el técnico curtido en mil batallas, se desesperaba en el banquillo y protestaba sin freno la gestión de los colegiados.

Cuando aproximadamente faltaban diez minutos para el final. el hombre pegó una pitada, paró el juego, detuvo el crono del marcador luminoso y se dirigió al banquillo. Con parsimonia, se puso frente al entrenador guipuzcoano, le miró a los ojos y le dijo ante la catarata de reclamaciones: "Je suis désolé". En la libertad de la traducción podría entenderse como "Estoy afligido, atormentado, consternado, harto, desesperado…". Es un verbo con notables y diferentes acepciones.

Villarreal reaccionó tranquilo. Sin pestañear, sin nerviosismo y mirándole igualmente a sus pupilas, respondió: "Et moi aussi", que traducido a lengua vernácula española significa "Y yo también". Aquella parada permitió un respiro a todos, no dejó vencedores ni vencidos y consiguió que el partido llegara al final con tranquilidad, neutralidad y emoción. Ninguno de los dos equipos conseguía imponerse. Un empate resolvió la contienda y cada uno a su casa.

Llevo semanas pensando en aquel momento. Lo he guardado frío en la recámara sin demasiadas ganas de que viera la luz, pero el empate de ayer contra el Espanyol y la sensación inerme que ofrece el equipo precipita mi confesión. Les aseguro que también "Je suis desolé". No por culpa de un árbitro que machaque, sino por un equipo que no transmite nada distinto a la desolación. No veo luz por mucho que me esfuerce.

Era de los que creía que los puntos ayer se quedaban en casa. El anunciado cambio de sistema, la presencia de futbolistas poco habituales ofrecía esperanzas. El comienzo del encuentro llamaba al optimismo. Los catalanes parecían conformarse con las gafas del marcador y lo cifraban todo a un error de los rivales o a una contra que sentenciara. Dio la sensación que Montanier pensaba lo mismo a medida que el tiempo avanzaba. Como Weiss se salía por la derecha, mandó a Cadamuro a la ducha para reforzarse con Dani Estrada. Como en el centro del campo Illarramendi se moría porque trabajó por tres, le cambiaron. Y como al ataque no llegaba un balón en condiciones ni por correo, no se movió nada.

Sigo sin entender los cambios por más vueltas que le doy a todo. Existe además otro debate y tiene que ver con la condición física del equipo. Aseguran que las pruebas a las que se someten los jugadores ofrecen resultados de Superman o Robocop. No voy a discutir esa evidencia, pero la imagen del equipo sobre el campo es la contraria. En la segunda parte con el transcurrir de los minutos la sensación del colectivo es penosa y si la cara es el espejo del alma están hechos un asco.

Por supuesto, la patata caliente está en manos de quienes tienen la responsabilidad en la gestión. Un día Ferguson, técnico del Manchester, reconocía errores o fallos cometidos: "Cuando nos equivocamos, lo asumimos y tratamos de rectificar antes que los problemas se hagan mayores". Lejos de convertir una situación en drama tratan de naturalizarla con determinación.

 

 

 

 

Iñaki de Mujika