Iñaki de MujikaRoger Federer ha vuelto a ganar. Esta vez el Master Cup, por sexta vez en su carrera adelantando a Ivan Lendl y Pete Sampras con quienes compartía hasta ahora liderazgo en el ranking. El jugador de Basilea se parece a los paquidermos porque cada pisada, cada partido que juega es irreductible. Si está en forma, física y psicológicamente, no hay quien le tosa.
Lo intentó Tsonga en la final de Londres. Incluso le levantó el segundo set con un tie break irrepetible, pero luego en el tercero y definitivo, el suizo no hizo la menor concesión y el trofeo y las libras se van a su mochila. Ha jugador mejor que nadie todo el torneo y ha sabido aprovecharse del mal momento de sus principales rivales, porque ni Djokovic, ni Nadal están para cohetes.
Si entras en la Wikipedia y te informas de su trayectoria deberás pasar unas cuantas hojas para dar cabida y lectura a todo su historial. La de este domingo ha sido su final número cien y su septuagésimo triunfo. Una barbaridad que no consigue nadie. Acaba con todos los records propios y de sus oponentes y aunque el año no le ha ido muy bien lo concluye con éxito inapelable. Por noveno año consecutivo su raqueta se sitúa entre las tres mejores del mundo. Estos números no están al alcance de casi nadie.
Además sus compañeros le valoran como persona. Todos ensalzan su calidad humana, su saber estar en todas las circunstancias, incluso cuando transmite al exterior sus sentimientos. No ha ocultado sus lágrimas ante las decepciones ni ante las alegrías. Por ejemplo, en el O2 Arena de Londres lloró de satisfacción. El suizo se lleva de Londres el cariño de un público entregado, 1.630.000 dólares en nómina y 1.500 puntos para su cuenta ATP.
Nadie a su edad (30 años) fue capaz de ganar un máster. Federer, sí.
